Arte y obsesiones: (Matthew Benedict)

La vida transcurre en universos paralelos. Mi vida ha estado «hunted», perseguida, acosada, hechizada, embrujada, por otra que según este mundo no existe. Supongo que el recuerdo más antiguo que tengo de ella, es mi atracción por las ruinas, por los lugares decadentes. ¿Por qué demonios le van a gustar a un niño los lugares decadentes? Un día, trabajando en el Diario de León, tendría 25 años, entré en un claustro medio derruido en algún sitio del bierzo, en el que el guardés había sembrado algunas cosas: berzas, patatas, supongo que alguna lechuga. La belleza de aquellos arcos de piedra sobre la labor de la huerta me dejó pasmado; luego, a la derecha, en lo que debía ser alguna parte de la iglesia, un árbol bien plantado había arraigado con tal fuerza en aquel suelo de piedra, rompiéndolo todo con sus raíces, que había llegado a superar en altura al edificio. A medio camino, una rama había encontrado la luz de una antigua ventana y hacia ella y por ella se había desarrollado con fuerza hasta reunirse de nuevo en la copa dejando al edificio «enhebrado» de verde.

La segunda vez que tuve esta «certeza» del Otro lado, del otro Mundo o de lo que sea -ahí si que no llego-, fue en un examen estudiando Formación Profesional en el que antes de entrar me recuerdo rezándole a la Virgen. Visto desde hoy, resulta ridículo, ¿Quién le reza hoy a la Virgen?, yo tenía 14 años y no era un chaval beato para nada. Recuerdo la puerta blanca de la clase con los tablones verticales como si fuera hoy mismo, pero hace 40 años. Cuarenta. matb-13-dr-237_cc_0Y recuerdo, eso es lo más extraño, la sensación de certeza de que mi ruego había sido atendido. Eso fue lo raro. Me cuesta escribir esto, estas cosas no se cuentan, pero hubo un tiempo en qué sí se contaban como algo normal, y hoy yo sólo quiero decir, que a mi me pasan como los antiguos decían que les pasaban a ellos. No soy el único. Yo puedo equivocarme, pero nunca escribo o digo mentira sobre algo. Sobre algo relevante quiero decir, ¿Qué sentido tendría mi vida de escritor? ¿Mentir? Un escritor puede inventar, pero no mentir, imaginar, pero no falsear. La sola idea del engaño al lector me repugna como un traición de proporciones bíblicas.

En fin… este tema será recurrente en On.ignorance, el de la «Magia», el de las «coincidencias», el de esos momentos en que uno sabe que ha pasado «algo» que no se rige por las pautas de la física. Al menos de la física tal y como la conocemos, o tal como la conocíamos hasta ahora. Que la física cuántica esté un día tras otro, derrumbando «mitos» como el de «que un ente físico no puede estar en dos sitios al mismo tiempo» -está probado empíricamente que hay partículas físicas que están en dos lugares que pueden estar alucinantemente alejados  con respecto -o sin él- a su tamaño, y que actuar sobre una de sus existencias es actuar sobre la otra a pesar de la distancia.

La sola idea del engaño al lector me repugna como un traición de proporciones bíblicas.

Esta percepción de lo Otro, el psicólogo existencialista norteamericano -Rollo May- lo llama momentos de hiperconciencia, -¿o hiperconsciencia?- en el libro «The coraje to create» -El coraje de crear-, no ha dejado de manifestarse con más o menos frecuencia a lo largo de mi vida, pero hay momentos en los que ha sido tan real como la ropa que llevo puesta o la sopa que voy a cenar esta noche. Uno de esos momentos se dio en torno a la escritura de «Mercado Inmobiliario» la obra de teatro en que acabó un proyecto que empecé con Carmen Navarro y Concha Cortés. En realidad se dio antes, cuando escribí y rodé el corto «La Bruja», en el que escribí cosas que pasarían literalmente después. Ya, esto suena a chiflado. Yo ni pongo ni quito, describo y tengo testigos si alguien siente la necesidad imperiosa de una constatación de que no me estoy inventando el tema. Yo no se que «es» esto. Sólo digo que «es». matb-13-dr-239_cc_0Y que me consta que «es» para más personas. Hace poco alguien me decía «pero esto está pasando ¿no?, vamos, que no estoy loco.» Le tranquilicé. Estaba pasando, y de la locura se muchas cosas y es otro tema.

A lo largo de mi vida he conocido a muchos artistas y no se si en todos, pero en muchos de ellos, se da la expresión de «a través de mí». Yo nunca hablo de lo que escribo en primera persona. Yo no lo escribo. Se escribe a través de mí. -Soy yo sí el que piensa «la gente va a pensar que estás loco» y sí, soy yo también, el que decido seguir adelante, poner mi reputación -sea eso lo que sea- en juego para defender lo que tengo que hacer, que es dejar fluir este torrente que surge y siempre ha surgido desde que era pequeño. Hay quien habla bien de la escritura automática, hay quien habla mal, yo no se… sólo se que desde hace décadas no escribo a mano porque la mano va mas lenta que lo escrito… quiero decir, aquí sí sin magias, que lo que se me «ocurre». «O sería más correcto decir «lo que me ocurre»». No entra el pensamiento consciente, no pienso lo que escribo, surge, brota y se hace realidad en el movimiento de los dedos sobre las teclas y veo aparecer lo que cruza mi cabeza de forma instantánea en el papel.

Decía, digo, que una de las ocasiones en las que tuve con(s)ciencia de la «otra» realidad -y de que era real- se produjo en torno a «Mercado Inmobiliario». Tras el estreno y los desastrosos resultados económicos -que no de crítica- tuve que abandonar mi casa recién comprada, una casa que había rehecho y hecho, yo mismo llegando a meter las manos en el cemento y dejándome, literalmente, la piel, al quitarle el martillo y el cortafríos a uno de los obreros búlgaros -estupendos trabajadores-, y poniéndome yo mismo a hacer el agujero para el radiador en pleno muro de ladrillo macizo… Enseguida entendí porque iba tan lento… pero mi cazurrez me impedía reconocerlo.

Creo que «la pérdida» de la casa, fue tan traumática, que facilitó esa «conexión» rara. Fue el tiempo en que descubrí y profundice en Ortega, el que descubrí a Julian Marías y su ensayo «Persona«, uno de los libros que más me han explicado lo que soy y también descubrí «Meditaciones» de Marco Aurelio que me envío un «Amigo Americano» como el quiere que le cite. El estoicismo es sin duda una gran escuela de vida… nada comparable, para mí, filosóficamente con el nivel de Ortega. Lógico.

Pero sobre todo, sobre todo, descubrí a Michael Tournier, el escritor que apasionaba a mi compañero de piso -hay los compañeros de piso…- y que fue el que me introdujo a su obra. Primero fue «La Gota Dorada» que no me llegó. Luego, ya si «El Señor de los Alisos«. Filosofía más literatura. Entré en una especie de trance donde todo se hacía transparente, todo tenía sentido: sin darme cuenta había entrado en el mundo del Mito.

Mi vida nunca volvió a ser igual. La literatura me había mostrado una cumbre de lo que significaba el arte. No era un camino, pero si una meta.

Y ahora sí. Matthew Benedict.

Volví de Nueva York en el año 2000, creo recordar. Antes del 11-S. Para entonces, alguien conocido me había hablado de un pintor amigo suyo y me había llevado a ver una exposición suya. Me impresionó. Completamente. Por la belleza de las pinturas -no se si había algo de escultura- y, sobre todo, por la conexión con los temas. Lo que más me impresionó es que en este americano España, mi país, ese sobre el que se preguntaba la generación del 98, y que hoy parece desaparecido, estaba presente de una forma no sólo velazqueña, que también, sino de una forma espiritual. No sabía, ni se, que relación tiene M. B. con el Catolicismo, pero su trabajo estaba penetrado de Catolicismo Español -no en vano se llamó «La Monarquía Católica» eso que ahora dan el nombre de «Colonias» y de «Imperio» a lo que fue un proyecto nacional. Hoy pienso si hay una conexión holandesa… quizá un día lo averigüe: Estaba el dolor, los árcanos y… el mito. En fin, un mundo al que yo no había ni he estado expuesto con semejante intensidad. Posteriormente recuerdo que me enseñaron su estudio en Chelsea al lado de casa… el no estaba, pero me quedé anonadado de nuevo ante la «presencia» del «otro lado». No había ventanas, creo recordar, era un espacio como abandonado, pero en él, el artista había desplegado un orden obsesivo. Un orden que yo re-conocía de algo. O recordaba. Sólo que no sabía de qué.

De vuelta a España, y pasados los años, aquellos cuadros y su recuerdo me llevaron a buscarlos en internet, con el pequeño problema añadido, de que había olvidado por completo el nombre del autor. Lo intenté de todas formas… y siendo periodista, de verdad que suelo tener mis formas de encontrar lo que busco aunque no tenga nombre… Nada. Imposible. Mi obsesión se centraba en unos cuadros y un pintor  que se esfumaban en los recuerdos.

Impotencia. Yo quería volver a ver, comprobar si aquella «sensación» se repetía o había desaparecido.

Hace poco, hablando con Ben por Facebook, uno de los grandes-grandes amigos que me dejó Nueva York, alguien que fue mágico en mi vida, mi ventana a eso que se llama talento y a eso que se llama «América», se me vino a la cabeza que tenía algo que ver con «aquel pintor» y cuando le iba a preguntar apareció en el texto del cuadro azul «podrías hablar de Mathew Benedic». Me quedé paralizado con las manos sobre el teclado durante un instante mínimo. Es una coincidencia reconocible. Nada nuevo… pero siempre sorprendente.

Este texto está escrito de un tirón. No se a que hora empecé, pero no he parado. Es puro «the Vomit». Me he censurado mínimamente con los nombres y con ciertos datos concretos por respeto. Hubiera ido un poco más allá, pero no se si tengo derecho. Vamos, se que lo tengo, quien está en esto está con todas las consecuencias pero… lo dejo aquí. Solo añadir que no sólo ha no ha desaparecido mi «asombro» por la obra de este pintor de cuya biografía no he podido encontrar más detalles en internet sino que permanece inalterable, incluso en su trabajo posterior. Para mi desgracia, ya digo, muchas claves permanecen oscuras para mí.  Quizá un día.

Esta es parte de su obra, una pequeña selección… Esto es lo que me asombra y me conmueve desde el mismo lugar en que nos conmueven los cuentos de la infancia.