Hace hoy 61 años… unas pocas horas antes de que escriba esto, mi madre, Maria Josefa Monzón Fernández (Tita), se ponía de parto en la casa donde viví, en la habitación de mis padres que luego sería ls mía, en un pueblo que se llamaba y se llama La Robla. En seguida se llamó a Araceli, la comadrona. Las cosas podían ser fáciles o difíciles con 35 años, Tita tenía ya una hija de 13, María José, como ella, dos abortos -uno de ellos de 6 meses- y por fin, trans meses de reposo absoluto e inyecciones diarias, una segunda hija-milagro, donde parecía que no podría haber más. de 3 años que se llamó Elena, como la hermada de Tita. Y ahora Nicanor, yo, que llegaba tras el mismo ritual, de meses de reposo absoluto e inyecciones. Por la casa andaba mi abuela Palmira, que había venido de la Felguera a ayudar. Mi padre no recuerdo… quizá trabajando, quizá en la cama.
¿Cómo fueron las cosas? No recuerdo, claro, y no me contaron mucho. No se si fue un parto fácil o difícil, no se si Araceli la comadrona tuvo que trabajar mucho, no se si mi madre gritó o mordíó algo que le dieran. Esas cosas de las mujeres -ir de labor- no se comentaban salvo excepcionalidades. Si se que no hubo hospital, que no hubo médico, que no hubo anestesia. Algo sobre la alegría de mi abuela Palmira que, al ser niño, lo anunción por el pueblo, si me ha llegado. La cosa quedaba así en la familia de lo que hoy llaman el heteropatriarcado: Mi abuela Palmira, mi abuela Ramona, mi tía Isabel, mi hermana Jóse, mi hermana Elena, mi padre y yo.
Primer recuerdo
Mi primer recuerdo es de mi madre dándome el desayuno -curiosametne creo recordar que era mi cumpleaños- en la mesa de mármol ¿que fue de aquella maravillosa piedra de marmol de 2 cm de grosor donde se amasaba tan bien?, cubierta con un mantel para que el frío no llegara a los bracitos… no creo que tuviera 2 años. Mi hermana Elena debía de estar ya en la escuela. Lo recuerdo porque en las galletas, o lo que fuera, hubo premio, venía un pequeño juguete con el que se podían hacer figuras. No fue truco de mi madre. Pasó.
El siguiente recuerdo que me llega, es el de escaparme de la clase de mi profesora particular Carmina, (luego Carmina la de Mundo… Mundo… que en paz descanse ese hombre bueno), y de escaparme de un castigo, y de andar sólo por pirmera vez por la calle, y del miedo a mi madre por la bronca que me echaria por el peligro corrido. Bueno, no era miedo… era pánico. Los niños vivimos las cosas de forma absoluta.
Luego llegan los recuerdos de los primeros días de párvulos en una escuela residudal para los más pequeños en una sala detrás del ayuntamiento. Luego ya, en primero, pasamos a las «Escuelas Nuevas». Era otro mundo. Empezaba otra España, en la que nos daban leche en botella «Ali» -puede ser-, que mandaban los «Americanos». Leche para todos. No todos la tenían en casa, en aquellos tiempos donde la lechera asomaba cada día con su tina y su medidor, y se pedía el litro, dos litros, o dos litros y medio, que implicaba dos medidores distintos de plomo creo you que eran. Leche que se hervía, y que casi siempre se derramaba, pero que dejaba una nata gruesa y sabrosa que se retiraba y con la que mi madre hacía de vez en cuando un roscón.
Aparece los hombres
Mi padre. Ese otro único hombre en la constelación familiar. Recuerdo de que me llevaba con él a repartir bebidas con la motocarro a los pueblos. Todo el mundo conocía y le quería. Su llegada era casi un acontecimiento. Alguna vez recuerdo volver a casa con un cachorro que le regalaron y que yo llamé «Leal». Recuerdo ser levantado, un día, a las 6 de la mañana para ir a pescar cangrejos con los reteles y con un grupo de amigos. Tendría ¿6?, ¿7?, ¿8? no más. Volví con tantas picaduras de mosquitos que creo que tuve que guardar cama. Cuando podía nos llevaba con él a trabajar. Pero sobre todo nos llevaba con él. A mi hermana o a mi. Nos eseñaba a cargar con las cajas de gaseosas de la fábrica.
Recuerdo a mis padres saliendo de fiesta de noche y dejándonos en casa solos, y recuerdo pensar, que tenían mucha cara.
Recuerdo su primer brote esquizofrénico que se marcó ne mi memoria. Cómo los tíos de Asturias -los otros primeros hombres en mi vida- fueron a buscarme a la escuela y me sacaron por la ventana para llevaros a todos a la Felguera a casa de mi abuela Palmira, donde durmiendo varios en cada cama, siempre parecía haber sitio. También recuerdo, un día, en el que le escuchaba trabajar afanoso, clavaba enormes clavos en entre puerta y marco para encerrarnos en la casa. Las ventanas tenían rejas por seguridad… no hacían falta, clavos. Recuerdo a mi madre, con nosotros de la mano, saltar por la galería e irnos a refugiar todos a casa de Mina, otra mujer, amiga de mi madre que nos acogía hasta que pasara el peligro.
Y hasta aquí… luego la vida ya era otra, pero y la infancia comenzó a disiparse con una cosa que no se entendía muy bien, en la que, por lo visto, habían matado con una bomba a un señor que era el presidente de Gobierno y que se llamaba Carrero blanco.
Mis primeros profesores D. Jeremías, D. Luís, D. Antonio, y Doña Montse y Doña Maruja, y los otros, los salesianos, ya con 14 y recien fallecido mi padre -y pronto Franco- cuando me apartaron del bachillerato para hacer de mí un electricista… Don Mariano, Don Fructuoso, Don Guillermo. Hombres. Ya sí. Hay fuera, pero no en casa. En casa todo había empezado y seguía aquella madrugada de un 5 de Julio de 1961, donde una mujer se puso de parto y otras dos, una comadrona llamada araceli y una abuela llamada Palmira, hicieron posible una vida. La mía.
¿Heteropatriarcado? No en mi casa. Claro que había juegos de trono de poder. Pero en mi casa de mujeres siempre mandaron las mujeres y los hombres -el hombre- era una sombra que no pertenedía del todo. Fuera, las cosas no eran muy distintas. Mujeres, que traían la leche, que vendían pescado, que ayudaban en casa, que eran tías, hermanas, abuelas, algún primo. Amigas. Luego ya algún amigo. Ellas cocinaban, ellas nos alimentaban, ellas nos daban cariño, ellas nos protegían, ellas trabajanban, ellas informaban, ellas comunicaban, ellas se ayudaban, ellas creaban el tejido social y el tejido familiar. Hay quien me ha acusado de machista en alguna ocasión, o de mirar a alguna mujer por encima del hombro… pues puede ser, pero más bien no. Imposible. Sería por otra razón, pero no por ser mujer. Qué había en ser mujer que yo no pudiera admirar. ¿Feminista? Pues hombre… me cuesta, lo reconozco. Me cuesta pensar que las mujeres tienen que ser iguales a los hombres, se me hace casi imposible… porque siempre he pensado que las mujeres son iguales a los hombres o, quizá, un pelín superiories si soy sincero. Más perseverantes, más gestroras del grupo, más intuitiva, más inteligentes, en una forma de inteligencia global, más conservadoras, pero más tolerantes. Es mi experiencia, claro.
Había más. En la vida siempre había más. Un día mi hermana, la mayor, se casó y tuvo una hija que llamó Vanessa, luego al años siguiente otra a la que llamó Susana, otra más, que llegó más tarde a la que llamó Nuria.
Tita, Palmira, Ramona -brevemente y con distancia-, Isabel -mi tía-, Jóse, mi hermana mayor que vivía en París el mayo del 68 y traía otro mundo desconocido y fantástico cuando nos visitaba, Elena, mi hermana pequeña que apenas me llevaba 3 años, a la que no le caía simpáitco por decirlo de forma afable, y que yo adoraba y a la que me pegaba de forma -supongo- insoportable. Manolita -hoy Manuela-, su amiga, Chave, su otra amiga, Violeta, mi prima que también vivia en París y que venía todos los años con un marido, Jean Pierre, que era viajante de juguetes y nos traía jugetes que nadie en España -y menos en la Robla- podía soñar. Ellos me enseñaron con mi padre León. Mi tierra. Mi tía Elena, mi tía Gloria, mi tía Olvido, que me daban de comer en La Felguera y me traban con cariño, mis tíos Manolo, Juan y mi padrino Julio, que nos defendían como superheroes inmediatos, de mi padre cuando se ponía violento. Mi primera sobrina, Vanessa, mi segunda sobrina Susana, Nuria… Mis amigos Maríano, Josechu, Peña, y Manolita -ahora Manuela- su madre Ermelinda, Chave, y su madre Dona. Crispin el zapatero, a donde me escapaba, mi sitio preferido, con los olores a pegamentos y piel de zapato. Entonces los niños no molestaban, aprendian así en la cotidianeidad sileciosa y respetuosa con los adultos.
Periodista, los sueños se hacen realidad
Un día trabajaría, y el trabajo que cumplía todos mis sueños, en Yo Dona. La revista femenina de los sábados de El Mundo, que dirigía con talento, diligencia, valor y creatividad, una mujer Charo Izquierdo sobre la que había un par de Jefes, un tal Mellado que era un hombre gris e incompentente y Pedro J. que no entendía creo bien, el poder de lo que la directora de Yo Dona estaba haciendo. Crear el medio más revolucionario que jamás ha conocido mi país, un medio que no hablaba de política… sino de mujeres. Entrevisté y llevé a la portada a algunas, como Anny Leibovitzs, la fotógrafa más importante del siglo pasado y parte de este -5 años tarde en conseguir la entrevista-, a Carolina Herrera, una mujer cuya presencia hacía inclinarse a todo Nueva York, a Amparo Moraleda 9 años presidenta de IBM y, entonces, vicepresidenta de Iberdrola, vicepresidencia que incluía la presidencia de Scotish Power, la mayor compañía electrica de Escocia -fue portada con un traje pantalón blanco- a María Garaña, presidenta de Microsoft -tarde 3 años para conseguirla, se negaba a salir en una revista femenina-, finalmente fue portada. Una presidenta de una compañía, no una modelo, no una actriz, no maquilladora famosa, no la mujer de alguién… la presidenta de una compañía que marcaba la pauta en el modelo tecnológico. Luego sí, por primera vez en mi vida, el heteropatriarcado forzó la salida -por celos de su jefe y negligencia de Pedro J. que todos sabemos donde esta hoy- a la mejor directora -y perisdista de España- a años luz de todo el panorama patrio. Entrevisté a Elle McPherson -la mujer con las piernas más bellas, me preguntó, ¿este o este? enseñandome dos vestidos -iba a la inauguración de la primera tienda de Tiffanys en España. «Ese, claro, le dije, no tienes esas piernas para taparlas». Luego me contó de su empresa de lencería femenina y de la inmensa fortuna que había gando con ella. Una mujer -otra- que pesaba con el cerebro muy bien- y no con las piernas-.
Supongo que fue un parto doloroso… trabajoso, supongo que la comadrona ayudó a que saliera mi gorda cabeza primera, que mi abuela traería toallas y paños calientes, que mi madre empujaba y que el dolor era tremendo. Luego salió el resto del cuerpo y entre las piernas apareció el ansiado pene que todas las mujeres que allí estaban celebraron, quiero creer que más por ser el primero de tres, que por otra cosa. A los 14 cuando aprové con notable la EGB, se me notificó que no iría a mi sueño de instituto para estudiar el bachillerato, y luego a una carrera, sino que iría a formación profesional para formarme como electricista porque el puesto estaba ocupado por mi hermana -peor estudiante que yo- pero que me antecedió y por lo tanto tenía un derecho que yo no tendría porque no había dinero para dos carreras en la familia. Mi padre acababa de morir. Nadie en mi casa se planteó si mi hermana era niña o niño o si yo era niño o niña. Era indifrente. Las razones, incluso más allá de las académicas eran otras. Luego estudié 5 años de Formación Profesional, aprendí mucho, a limar, a montar enchufes, a cablear, pero también sobre Platón, el indiuismo, la ilustración, o Breton, Arteau o Rimbaud. Finalmente 4 años de trabajo en la misma escuela en la que había estudiado, me dió el pasarporte para, al menos, media carrera de periodismo. El resto fue autosuficiencia y supervivencia.
Hoy hace 61 años en los que le debo casi todo a las mujeres. Y algunas cosas importantes a algunos hombres. Mis tíos, mis grandes amigos, a la altura de mis grandes amigas.
Mi madre tiene 96 años. La cuido lo mejor que puedo. Como ella me cuidó a mi, me defendió a mi, me protegió a mi durante 61 largos años. Hoy lo sigue haciendo con su amor y su ejemplo.
Feliz cumpleaños mama.
— Cómo siempre no releo. Esto es lo que me ha salido. Esto es lo que sale.