Dilia Oviedo: La mujer que no conocí y me descubrió la imensidad infinita del ser humano

Dilia Oviedo: La inmensidad del ser humano

No la conocí. La vi por primera vez en el viaje que Factor-H organizó con pacientes de Huntington, familiares y cuidadores a ver al Papa Francisco en Roma. Sabía por Nacho (Ignacio Muñoz-Sanjuán) presidente de Factor-H, los años y esfuerzos que había llevado realizar aquel viaje que tenía dos objetivos fundamentales… lograr el confort que el Santo Padre pudiera dar a quienes tanto sufrían y dar, además, a conocer una enfermedad enfermedad que aún sufría cierto rechazo social. Vi las imágenes, los niños con el Papa, el abrazo espontáneo de un joven a aquella figura blanca y bonachona como si abrazara al Amor mismo, al Pastor preocupado siempre por dar consuelo a quién más sufre en el lugar más recóndito. Pero hubo, entre todas aquellas imágenes que vi en fotos y en el documental Dancing at the Vatican, una mujer que me impresionó porque era como si llevara en su rostro la definición de eso que llamamos, la dignidad humana. Era un rostro elegante, casi aristocrático y, sin embargo, lleno de una humildad y templanza desconcertantes.

¿Quién era esa mujer? Pregunté.

Su nombre era Dilia Oviedo. La enfermedad de Huntington es una enfermedad neurodegenerativa hereditaria -antes la conocíamos por el «Mal de San Vito»- que suele comenzar por la presencia de unos movimientos involuntarios, que se van acrecentando y terminan deteriorando a quienes padecen la enfermedad, privándoles poco a poco del habla, de la movilidad, de la capacidad para alimentarse por sí mismos y, finalmente, de la capacidad de deglución misma. El desenlace fatal se produce en todos los casos. Si al menos uno de los progenitores tiene el gen que produce la enfermedad, todos sus hijos tendrán un 50% de padecer la enfermedad. Dilia fue afortunada de no tener la enfermedad, pero su marido y 8 de sus hijos padecieron la enfermedad y fallecieron. A todos cuidó hasta sus últimos y difíciles días… antes de que yo viera su primera imagen por primera vez. Dilia Oviedo falleció el día 26 del pasado mes de mayo, a los 86 años en su Colombia natal.

No la conocí. Pero su muerte me conmocionó con una intensidad que me desconcertó. Como si en el mundo se hubieran apagado los jazmines, como si las las tardes doradas sobre los mares y los lagos del mundo se hubieran vuelto profundamente oscuras, como si, una vez más, nos hubiera abandonado la Bondad absoluta y nos hubiera dejado un poco más huérfanos. Ni mi cabeza, ni mi corazón, tienen la capacidad para entender la dignidad de un ser humano que ha perdido a su esposo y a ocho de sus hijos. ¿Como se sobrevive a eso? No puedo entender cómo se sobrevive a la pérdida de un hijo, cuando en el horizonte vislumbro ya certera de la partida de mi madre pienso, ¿como sobreviviré a su ausencia? Y me siento avergonzado de pensar algo así frente a este rostro de la dignidad frente a la adversidad que recordaré cada uno de mis días.

No la conocí. Pero no me cabe duda alguna en lugar alguno de mi Alma, que pisa ya las praderas más verdes, bebe de los manantiales que no se secan nunca, y cuando levanta los ojos, estoy convencido, de que el Amor y ella, se miran y se reconocen. Y ella pastorea a su familia desde otro lugar donde ya no hay misterio y donde la Luz no tiene noche.

No la conocí. Y sin embargo, Le reconozco en ella.

Con todo mi respeto, para Dilia Oviedo y su familia.