Diario B: «Me duele la amistad (I)»!, (Reflexiones)

Imagen realizada como regalo para un amigo el día de su cumpleaños. (Modificada)

Tengo 54 años y creo que si algo que ha marcado mi vida ha sido la amistad. Me ha hecho sufrir, me ha hecho sentirme pleno, me ha dado vida. Y me la ha quitado. Voy a trabajar sobre el tema, pero de momento esto.

Supongo que no tengo una relación correcta conmigo mismo -trabajando en ello- por eso, supongo, que el concepto de amistad me es tan certero y ambiguo a la vez. Uff, que difícil. Que afortunado quien puede decir tengo muchos amigos -¿es eso posible?-, (donde digo amigos digo amigas, por supuesto), que afortunado quien puede decir «mi mejor amiga» o «mi mejor amiga». Para mí la amistad -no porque lo haya decidido yo así- es un conjunto de formas de amistad y de formas de amigos. Es intelectual y es emocional, y es lo uno y no lo otro y viceversa. Es lealtad y es traición. No he dejado de amar a los amigos que me han traicionado, no puedo dejar de amar a quien amo -y no soy asesino de mis amores precisamente-. Algo bueno tengo.

Hay amigos por los que me he sentido y me siento amado de forma incondicional. Hay amigos -¿me queda alguno?- (sí, alguna) que me entienden. Los hay que entienden mi trabajo, que es la forma más certera de entenderme, que no de quererme… Como duele…

Supe que era homosexual en blanco y negro cuando tenía 7 años o así. Fue un día viendo la tele. Había Olimpiadas y «echaban» las pruebas de natación. De repente, me di cuenta de que miraba el cuerpo de los nadadores y no el de las nadadoras. Así lo descubrí. 7 años. Recuerdo mi primer sentimiento: un dolor ilimitado. Resulta que no pertenecía al mundo. Recuerdo mi primer pensamiento: «no tendré una familia». Hay que recordar que sería entorno a 1968… en pleno franquismo. Para un niño de 7 años imaginarse incapaz de tener descendencia, pareja o familia es un pensamiento bastante heavy. El de «no pertenecer» también. Y de la necesidad de ocultar a los demás que eres defectuoso también. Cerrada la puerta al amor, a la familia y a la descendencia, al hombre mortal le queda poco, quizá la creación artística y la amistad.

No soy asesino de mis amores precisamente.

Luego, sobre todo, las cosas cambian algo. La fuerza de la vida se abre paso, la sexualidad es posible -algo en que a un niño de 7 años ni se le pasa por la cabeza-, incluso se sabe que el amor te puede pasar, aunque a mí no me haya pasado. El amor correspondido digo, el amor que es proyecto. Uno de los componentes de la homosexualidad -un término incorrecto y moderno para describir algo presente desde los orígenes de la humanidad- el sexo, se convirtió en una de las grades fuentes de satisfacción de mi vida. Jamás lo he visto como algo problemático o especialmente pecaminoso. Es común que los homosexuales rechacen a la Iglesia Católica porque se opone al matrimonio entre hombres o entre mujeres. Bueno, también se opone a que no honres a tus padres y a pocos maricones les parece un problema. Hay una frase muy buena que dice que «hacerse pajas está muy bien, pero que follando se conoce gente». Totalmente cierta. Más en el caso de los homosexuales… hasta llegar al caso actual de España donde existe una auténtica mafia gay -si alguien está interesado que lo diga y doy nombres, son muy conocidos- que se encarga de repartir el poder. O quitarlo. En mi caso, mi pasión por conocer gente, nunca ha tenido que ver con el poder, sino con la curiosidad por el género humano. Y me he puesto las botas. El sexo me ha parecido siempre divertido, apasionante y, claro, peligroso. No hablo de oídas, he visto con mis propios ojos y en personas muy queridas su lado más oscuro. Al sexo, sobre todo entre hombres, no hay que darle ni mucha importancia ni mucha transcendencia.  Pero tampoco sería correcto afirmar que es inicuo.  En un encuentro sexual, siempre existe el riesgo de que alguien salga herido, porque como en todo lo humano, la emoción puede hacer acto de presencia.

Solucionado el tema del sexo gracias a una sociedad más tolerante y a mi actitud relajada con el tema, quedaron en mi vida dos cartas sobre la mesa de juego: el desarrollo de mi creatividad, para sobrevivir a la realidad de la muerte  -dejar algo aquí al irte- y la amistad, la  forma de amor que me quedaba. Porque claro, si uno no ama, se muere. Sencillamente.

Continua-rá (ya sí sobre la amistad, espero) en Diario B: «Me duele la amistad (II)»!, (Reflexiones)

Ni releo ni corrijo, es puro vómito.