Mi historia es una historia que no puedo explicar. El encuentro con un cuadro que estaba en mi. Con cuadros que estaban en mí antes de que estuviera yo. Con historias, colores, motivos, latencias… que estaban en mi, antes de que fuera yo; no me refiero a otras vidas -a eso no llego- me refiero a otros años: posiblemente antes de los 5.
En algún rincón sujeto de puritita neurociencia, se esconde el recuerdo de los cromos de mi hermana. Cromos de chicas, de niñas, cromos victorianos de colores vibrantes y troquelados. Los vendían en hojas y los cortabas; se guardaban en unas cajas de betún viejas y se «jugaba2 con ellos. Cuando digo «juego» me refiero a juego de perder y ganar, de esto que era tuyo ahora es mío y esto que era mío ahora no lo es. Los chicos teníamos la versión de las canicas, mundos infinitamente inexplorados de bellezas particulares. Tenías tus canicas o «pitas» prefernidas, tornasoladas, vibrantes, pulidamente perfectas en su matemática aún no descubiertas. Canicas previas a Pi. Que perdías o ganabas y acumulabas en los bolsillos. Que comprabas, cambiabas, planetas perfectos en el polvo del suelo buscando el choque y el «gua». La vida era inmensa entonces, el tiempo incontable.
El encuentro con un cuadro que estaba en mi. Con cuadros que estaban en mí antes de que estuviera yo.
Pero los cromos de niñas eran otra cosa, muchos de ellos troquelados. De princesas y mundos perfectos. Mundos en rosa multicolor. Los cromos de los niños eran de animales y soldados y se intercambiaban, no se jugaban con ellos en el sentido de las «canicas». Los cromos de las niñas sí. Se perdían y se ganaban. Se ponía uno en una superfice, alguien ponía otro, alguien otro… todos boca abajo. Y entonces se golpeaban con la mano cóncava, con un golpe seco y hábil. Los que se volvieran eran tuyos. Y así se acumulaban y desacumulaban tesoros de una belleza victoriana-pop. Aunque nosotros no supiéramos aún que era, siquiera, 3,1415…
La primera vez que vi un cuadro de Mark Ryden, en una web que me entusiasmaba y que creo que ha dejado de publicar, «perfect beauty» creo… sentí que algo se removía en mi memoria de tiempos anteriores a la memoria y, con ello, recuperaba el tiempo de la magia. Algo que a Hielo 9, no le parecerá apropiado, lo suyo es mas como de la ciencia. Cuestión de creencias y religiones. Cada uno sigue su propia inclinación.
Son las 0,33 am de un domingo de trabajo inagotable. Sin Misa. Sin descanso. Enigmático en el agotamiento y en la productividad. Y ahora me enfrento a lo más difícil, a intentar la latencia, y es -lo fue antes de empezar- el fracaso. Ortega habla de la latencia usando el bosque como herramienta. Tu caminas con amigos por el bosque, caminas más o menos duro, y te vas adentrando hacia un centro que no existe, hacia el árbol primigenio. Cae la tarde. Los amigos se separan. Hay murmullo de hojas, silencio sonoro. El sonido de los pasos. Y es entonces cuando te paras, contienes la respiración… y lo sientes. El bosque. No el que ves, sino el que viste desde fuera y en que te has adentrado sin encontrarlo. El bosque nunca se encuentra, se ve y se penetra, como se penetra el cuerpo amado sin encontrar nunca esa intimidad que jamás nos pertenecerá. El bosque se siente cuando se está en él, y se está con uno mismo. Es el diálogo atávico del animal con la primera pregunta. Eso es la latencia. Nada nos conmueve tanto. Nada nos es tan inalcanzable. La latencia del ser querido, con su aura que te toca a metros de distancia. La latencia de la oscuridad, cuando el miedo se vuelve irracional. La latencia de la noche. Nada tan presente, nada tan intangible. No hay un sentido para la latencia. Algunos le llaman el sexto… pero al igual que el cerebro es el órgano de pensar, el ¿qué? es el órgano de lo primigenio.
He leído cosas, he visto galerías -vive en los Ángeles- explica como su hija un día se encontró con un oso disecado, erguido sobre las dos patas traseras y comentó de pronto «nunca pensé que un oso pudiera dar miedo». Wall Disney acababa de morir, para sobrevivir sólo en los cuadros inquietantes de este surrealismo-pop que algunos adjudican al movimiento «lowbrow» -ante el que no se levanta la ceja-.
Me despido de esta parte. Debe haber al menos otras dos. La del hombre, y la del dodecaedro, la exposición que está a punto de concluir.
FUENTE: Web de Mark Ryden. Aquí.