Dura 11 minutos y 49 segundos… -el vídeo, digo- y, de vez en cuando, me topo con él. Y entonces me vienen las lágrimas bonitas, las que te curan como si exhalaras todo el dolor de la vida, como si, de pronto, el mundo fuera sólo las cosas tiernas, la gota de leche primera del pezón al que se aproxima la boca más fresca al beber a la madre… que no es sino beber el amor blanco, sabroso, puro, inmaculado, sanador; como si soplara la brisa un segundo en las hojas de un árbol querido y luego, apenas un instante, se parara en la nuca donde nos besaron un día. Es la mismedad abierta y regalada. Lo íntimo de lo íntimo, las Siete Moradas, el pecho abierto en canal, para alimentar, esta vez, con otra leche imprescindible que lo conecta todo: La de la rueca simple y solitaria del Mahatma hilando la libertad, la de la negrura tan bella del preso que amó al hombre e hizo bella la más horrible de fealdades -Zumo de Narcisos- que quedó en nada en esa Sudáfrica del mundo que duró, casi tan bella como él, casi, mientras él duró. 11 minutos y 49 segundos… Seguramente no es lo mejor, ni lo mejor suyo siquiera, pero es. Y es muchísimo. Y sale el alma sanada, regalada, conectada, enamorada… como se enamoró Granada -esa punta- o Moscú -esa otra-, de esa mujer primera, la Yerbabuena, o de esa otra mujer, pretérita, Maya Pliesetskaya, a quién rinde homenaje Eva en su 90 aniversario, con lo poco o mucho que tenga. Para mí ya digo, las lágrimas bonitas.
Con humildad, las gracias. Siempre las gracias.
Eva Yerbabuena “Alas Negras” (Moscu, 20.11.2015)
Colaboración en la gala ‘Ave Maya’
Ave Maya Gala en honor del 90 aniversario de Maya Plisetskaya.