M e he despertado y, tras la cortina, la luz del día se va anunciando poco a poco, con un marcar el tiempo caído de una página de Virginia Woolf. Aún no son las siete y me siento teñido aún por el artículo que escribí anoche sobre la química, la neurociencia y el amor. Sin embargo no recuerdo que he soñado.
Siendo yo, yo, no tengo muy claro por dónde empezar el día. Por el trabajo, claro… pero ¿por dónde? Mi vida está desbordada. Dudo entre seguir la agenda rígida o dejarme llevar por esa sensación sutil con la que me he levantado hoy. Picoteo, algo de información, y visito Facebook, esa caja extraña donde siempre acabo encontrándome con la ternura de la amistad. Tite ha puesto, una entrada con un video de Amancio Prada y una de las canciones-poemas más bellas del mundo «Libre te quiero». No la escucho… suena en mi como siempre ha sonado: como una profunda lección de amor muy poco neurocientífica en la que creo profundamente desde hace décadas. Que tu amor no sea correspondido no le quita ni un ápice al milagro de tu amor y seccionar su fluir es el acto de auto agresión más cruel que podemos practicar. No nos destruye no ser amados, nos destruye que el ser amado, con su indiferencia o maltrato, nos robe lo más hermoso que puede producir el existir: esa intoxicación inexplicable porque es sustancia pura de vida. Esencia. Y siempre nos deja perfumados.
…seccionar su fluir es el acto de auto agresión más cruel que podemos practicar
A continuación mis ojos tropiezan con una ilustración que no conocía, pero que reconozco: Es la escena donde el petirrojo muestra a Marry Lenox la puerta en cuya cerradura encaja la llave que encontró en una aventura nocturna. La ilustración es maravillosa y está en el muro de Daniela, la dulzura que habita en Lugano. Hace unos días vio ora foto maravillosa de un jardín y me mencionaba diciendo «The Secret Garden remainds me of you». Hace décadas que no veo a Daniela, pero ambos conservamos una amistad inmutable, plena y rica, donde, a pesar de la distancia, acontece continuamente, el milagro de la complicidad. Ya sea en una caricatura del New Yorker, ya sea en el recuerdo de una película.
La inteligencia, la sofisticación y la sensibilidad de Daniela, podrían haberla llevado hacia el cinismo, con el que, por supuesto coquetea, pero al que ha sobrevivido de forma genial destilando gotas deliciosas de ser humano y corgi.
Hace décadas que no veo a Daniela, pero ambos conservamos una amistad inmutable, plena y rica, donde, a pesar de la distancia, acontece continuamente, el milagro de la complicidad.
El Jardín Secreto es una película que la mayoría del mundo podrá encontrar ñoña, pero que los dos disfrutamos una tarde en Madrid at Infinitum. No creo que pueda estar entre las 10 mejores películas de la historia de la cinematografía, pero sí está entre mis 10 películas preferidas. Es un cuento que le contaron al niño que hay en mi cuando ya había llegado posiblemente a los 40.
The Secret Garden es una novela de Frances Hodgson Burnett que se publicó inicialmente por capítulos -como El Guardian del Jardín, pero con más seriedad-, comenzando en el otoño de 1919 (Wikipedia, claro) y que apareció como libro completo en 1911 y está considerada como un clásico de la literatura infantil. La adaptación al cine por la que yo la conocí, estaba dirigida por Agnieszka Holland, con guión adapado de Caroline Thomson (¿alguien ve por algún lado la acumulación de nombres de mujer?) y estaba interpretada por una extraña Kate Mabery, la insuperable Maggie Smith… que fue nominada a los Bafta de 1994 -la película es del 1993, ergo la vi con 32-, ganó el Evening Standard British Film Award, por el trabajo de Stuart Craig como mejor logro técnico/artístico junto con ¡Orlando! que consagró a la inefable Tilda Swinton.
Inciso: A estas alturas, Carmen -mi amiga la actriz Carmen Navarro- y antes de las 7:30 ya había marcado el post de ayer como favorito, mientras salía de bolo para algún sitio de la geografía española en esa agenda inhumana que lleva. Sólo quien “es” su trabajo puede meterle el número de horas y obras, que Carmen le mete a su vida en estos días.
Sigo. Aunque aburra a los muertos. El Círculo de Críticos de Londres, dio a Kate Maberly el premio especial “por su sobresaliente trabajo”, la asociación de críticos le otorgó el premio a la mejor música.
Llevo días con la punzada de una amistad que no fluye -nunca fluyen realmente conmigo porque soy insoportable- y en esta mañana de mujeres y amigas, amanezco con el recuerdo de quien está lejos y el silencio de quien está cerca. Pero todo tiene su explicación… aunque el Cosmos se la guarde para sí, y mi petirrojo me muestre que el jardín secreto está lejos de mí -pero tan cerca- y tienen nombre de mujer -y alguno de hombre- y los que están cerca… no están.
Y aquí entra el complicado tema de la soledad y las llamadas de atención del petirrojo -las coincidencias que nos cuentan algo que no entendemos del todo-.
en esta mañana de mujeres y amigas, amanezco con el recuerdo de quien está lejos
No voy a hacer –quien haya llegado hasta aquí se relaje– un ensayo sobre “The Secret Garden”- pero sí diré que me crie en un jardín con un magnolio, un ciprés, y un par de espectaculares pinos. Los setos de boj, eran mi escondite preferido.
Creo que “el jardín secreto”, es la infancia que permanece con nosotros, el niño portamos, y al que nos cuesta acceder como adultos, porque olvidamos la puerta y la llave en el enmarañado ruido de la madurez. Aun así, que hayamos olvidado como entrar, no quiere decir que el jardín de la infancia se haya secado, ni que lo que fuimos antes de ser nosotros -el niño o la niña previa a la conciencia- haya dejado de existir. De hecho creo que es lo más auténtico que portamos. Lo demás está siempre demasiado teñido de los otros.
Cuando uno empieza a tener eso que cuando hacíamos la Primera Comunión llamaban “uso de razón” -tela el término, para que luego digan de las tradiciones-, es decir, antes de que tuviéramos conciencia del “yo” como algo separado del mundo, antes de que naciera la dualidad existencial, y vivíamos la primera infancia inmersos en el presente absoluto sin recuerdos ni planes, hay un “Nicanor”, una “Daniela”, una “Esther”, un “Eduardo”, un «Ban» -con su petirrojo Max- un “Tòfol” -lo tengo hablado con él- o un “Alejandro”, o una “Carmen” que acumula las vivencias primigenias, como el beber del pecho de la madre, en quien clavábamos los ojos fijamente con el primer instinto de atarnos al mundo, el dolor inexplicable del primer diente, o el primer cuento que nos contaron antes de dormir… y que sólo tenía el significado de aquel sonido que nos hacía estar seguros antes, incluso, de saber lo que era el miedo.