Rumba Tres, la película: Talento para unas vidas vividas!

Jarrea. Un perro atado a la mesa de una terraza soporta una lluvia que se adivina gélida. Alguien le observa y entra en el bar donde el dueño se cobija quizá agarrado a una copa de «sol y sombra»; nada definió mejor aquella época de crecimiento económico por el esfuerzo titánico de los españoles y, un país donde el sustantivo «política» no se conjugaba. La cámara mantiene el plano en el perro que apenas adivina lo que, desenfocado, pasa en el fondo: Una pregunta, «¿Quién es el dueño del perro?» Una respuesta «Yo ¿y a ti que coños te importa?», la pelea se dispara inevitable. Claro que no es así como se solucionan las injusticias, pero sí como se hace buen cine, cómo se describe a un personaje, cómo se superponen los planos de la vida, los momentos en los que un «nada» lo cambia todo», la calidad del ser humano que es, en sí misma, contradictoria. Alguien me dijo un día que la «coherencia» es un mito de Occidente. Suscribo.

Rumba 3 Miami
El Grupo durante un viaje a Miami.

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«Rumba tres, viaje de ida y vuelta», de Joan Capdevila y David Casademunt,  han tenido, en mi opinión, un acierto esencial: el de la humildad. En una época donde todo es estilismo, facilitado de forma brutal por las nuevas tecnologías en una aceleración de lo «viral», su forma de rodar y narrar se despoja de pretenciosidad y apenas si roza detalles de autoría, como el encuadre en las entrevistas. Muchas son entrevistas al bies, podría decir, donde no es la entrevista lo que vemos, sino lo que los directores han seleccionado. Así el entrevistado no sabe lo que cuenta, sino que cuenta sin más. Aporta información, datos, pero sin una autoconciencia clara de como se van a editar sus palabras. de cual va a ser el resultado de sus palabras. Así el encuadre repite, sobre todo con las mujeres de los protagonistas, desplazando a quien habla del centro y mirando en a 90º de los ojos del espectador. No nos hablan, por lo general, a nosotros, sino al «director». Entregan sus vivencias de forma generosa. Luego, en la edición, palabras que en la conversación intuimos que fueron un pequeño detalle más, se convierten en fogonazos humorísticos o en una cámara lenta que recupera, en un segundo de una mirada, las emociones que pasan raudas como un ave rapaz por la mirada del entrevistado, dejándonos ver, en un instante, lo que realmente importó en aquel momento. Luego el tiempo, como en el arte, pone su pátina que oculta la dureza de la verdad. Creo que en esta opción narrativa hay una excepción, las veces en que Sara, mujer de Joan, aparece a menudo centrada en el plano y hablándonos directamente de la apuesta por la familia frente a los efectos secundarios de la fama. Sara, naturalmente, es, una vez mas, «Madre Coraje» de Brecht.

Pere y Joan Capdevilla y José Sardaña -su descripción sobre el apoyo de su padre a su romance con la guitarra, lo centra un poco todo: son niños de la posguerra; se describen algunos horrores de la convivencia en el colegio, pero, de nuevo, los directores aciertan en no cargar las tintas salvo en donde lo vivido marca el conflicto de los personajes. No es política de lo que se habla, si no de seres humanos a veces malos y a veces peores. Y, sobre todo, de la paradoja de como de esa miseria, pudo surgir la energía más alegre y positiva que marcara a toda una generación. La textura misma de una generación de españoles admirable. Los que sembraron el presente que vivimos. Cuando algunos jóvenes dicen «empoderándose» que «total, peor no podemos estar», quizá algunos mayores deberían hablar. Pero están agotados.

El éxito o el fracaso siempre es personal. Lo sabe Elvis, lo sabe Michael Jackson, lo sabe Amy… por hablar de lo cercano. La familia se convierte, así en un personaje inesperado, y con ella, las mujeres detrás de los genios. ¿No están siempre las mujeres detrás de la Historia y, a veces, en los primeros planos cuando el hombre, el sexo débil, no llega? ¿Genios? La capacidad de transmitir de Rumba Tres, y en eso consiste el arte, en conectarnos con emociones puras que todos tenemos dentro, era prácticamente ilimitada. Yo la recuerdo porque pertenezco a la generación, donde la vida se volvía brillante y esperanzadora a través de sus canciones. Imposible que una chica te dijera que «no» cuando la sacabas a bailar con una canción de Rumba Tres. Yo hubiera sacado a un chico, pero, claro, me hubieran partido la boca. Y las chicas eran más divertidas y no llevaban siempre doble agenda. Era todo un poco «toma ahora lo mejor de la vida sin mirar demasiado que te puedes encontrar con lo peor a la vuelta de la esquina». Eran canciones que se cantaban a pleno pulmón, que casi se gritaban. Julian Marías, el gran discípulo de Ortega, señala la particularidad de «lo español» en su vitalidad, en una presencia de lo «humano», presente en nuestra sociedad como en pocas. Eso era lo que enamoraba y enamora de España, la cordialidad, la afabilidad, la apertura al otro, la incorporación en nuestra realidad cotidiana del desconocido de forma casi inmediata. Naturalmente, nosotros, los españoles no somos conscientes de eso y andamos rompiéndonos por lo que nos separa mientras que lo que nos une -expandido a América- asombra al mundo.

Eso era lo que enamoraba y enamora de España, la cordialidad, la afabilidad, la apertura al otro, la incorporación en nuestra realidad cotidiana del desconocido de forma casi inmediata.

Yo creo que hay mucho de Rumba Tres en lo que hoy se ha dado en llamar Rumba Latina, pero claro, yo no entiendo nada de música. Sólo de emociones. De pronto, «lo alegre» y lo «pícaro» ha entrado en el «mainstream» del sistema musical americano y arrasa. ¿Es de verdad tan distinta la elegancia-kitsch-horterish de Pitbull marcándolo todo, tan distinta -contextualizando las épocas- a la apuesta de pajarita de Rumba Tres?

Termino. Es otoño, en Tossa la niebla lo cubre todo, salimos hacia Barcelona a descubrir algo estupendo o algo más-sin-más. El cine abarrotado y una película que empieza como un documental… de grandes sobre los tiempos grandes. Poco a poco, el tono va cambiando, y lo que es documental se transforma en película, porque no describe, sino que penetra finamente en la textura del ser humano y <span class=»highlight»>esa cosa tremenda que le puede pasar a uno de la fama</span>. Y penetra; con una honestidad que sólo se da en las cosas que están cargadas de arte. Uno respeta al artista porque desnuda sus emociones. Hoy desnudar el cuerpo y meterte en la cama con alguien cuesta 10 minutos, pero dejarte conocer, es un striptease que ya no se da, al ya casi nadie se atreve. Para mí la esencia del artista es la generosidad. El dinero viene después. O se va. Pero, en el escenario, el artista, el de verdad, es una máquina de regalar emociones, para que los que estamos allí las vivamos por unos euros y luego recuperemos nuestras vidas normales, mientras ellos, abiertos en canal, se ponen al abrigo de un trago o cualquier otra cosa, y se tiran a la carretera a seguir con ese reto de mito y sacrificio que es la música en directo. Como dice, y dice bien la película, somos un país que olvida pronto. Que encumbra, a veces, para dejar caer. Es así. Ojalá no lo fuera, y rindiéramos aquí a nuestros grandes artistas, el homenaje que se les rinde en Francia sin ir más lejos. Esto se acentúa, creo, en las nuevas generaciones, y es algo que deberíamos hacérnoslo mirar. Y a eso invita la película. Al respeto. Al respeto al talento y al respeto al trabajo. No, el agua, chicos, no sale del grifo. Alguien la puso ahí con mucho esfuerzo y alguien sigue trabajando cada día para que siga saliendo sin que haya que hacer kilómetros para ir a buscarla al «caño». Y esa sensación amarga se tiene, cuando, tras la espectacular muestra de vida, el trio sale a escena, casi nadie se levanta para la ovación imprescindible con un público educado. No es falta de ganas, es, eso, descoloque de una público que confunde fama con talento. Ignorancia de público le llamaría yo desde mi propia ignorancia. Nadie sabe demasiado ni suficiente.

Una última palabra sobre la película, Agustín Almodovar me dijo un día que la calidad de la producción se veía en «ese casete o en ese coche o en ese traje o ese estampado de un vestido». Hay mucho esfuerzo, mucho corazón y mucha verdad en este «ida y vuelta» que es eso que hacemos los humanos para que, momentos antes de cerrar el último capítulo, recopilemos en un instante y podamos decir o no: «yo he vivido mi vida». La que me tocó.

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