Escribí varios cuentos, un medio-metraje que dirigí, dos obras de teatro, una de ellas “Mercado Inmobiliario” que tuvo una crítica que cambió mi vida porque me “certificó” que esta cosa mía del convencimiento de que tengo algo que decir y una forma propia de decirlo, no era un ego-tryp, un viaje desde la vanidad a la vanidad y poco más.
Escribí una columna llamada “los martes y los días” donde como en pocos lugares esa “voz” tomó forma semana a semana y entonces, tras una corresponsalía de radio desde Nueva York, aterricé en Yo Dona, donde entrevisté a personajes como Glen Close, Carmen Giménez -la cabeza detrás del Reina Sofía o el Gugenheim de Bilbao-, Carolina Herrera, Elle McFerson, Peter Beard, Pina Baush, Eva Yerbabuena… Mujeres como las presidentas de Iberdrola, Amparo Moraleda, o de Microsoft, María Garaña y reportajes sobre el Festival de Otoño donde veía el todo y fotografiábamos lo más relevante. Creé On.ingorance, un lugar donde tener la libertad total para escribir y editar la realidad con vocación de comunicación profunda y de pronto, un día, “voz” se secó.
Fue la muerte. Casi. Varias muertes de las que los otros se empeñaron en rescatarme una y otra vez. ¿De qué sirve un escritor que no escribe, un periodista que no publica, un director que no dirige?
Yo nunca estuve al mando, salvo para rendirme o no.
Han pasado los años y el silencio me ha matado mas que la muerte misma. Cambié la creación por el estudio echándome en los brazos de la engañosa diosa “Razón” y huyendo, con extrema cobardía, de esa otra diosa superior, mucho más esquiva y peligrosa pero más verdadera, que llamamos “emoción”.
Desde hace meses, con ayuda de amigos, intento volver a la vida y volver a dar. A salir de la gruta, y dejar que lo tenga que ser mane de mi a pesar de mí. Yo nunca estuve al mando, salvo para rendirme o no. Pero el pánico aún está ahí: Las novelas apenas comenzadas, los ensayos que no llegaron a cuajar, los libros muertos. ¿Muertos?
Me rindo al deber, abrumado por el miedo al fracaso, no de los otros, sino de mí mismo.
Vuelvo a escribir. A buscar de nuevo mi «voz” si es que aún le queda algo de vida tras este coma total de años, y la primera pregunta es: ¿Escribir de qué? ¿De política? Quiero, me parece necesario, pero me abruma no ser capaz de escribir alejado de esta España bipolar y acrítica en la que veo peligrar la democracia misma tal y como la entiendo, como la entendimos todos un día no hace demasiado tiempo. ¿De arte? ¿De cultura? ¿De periodismo? Ah, el periodismo ¿queda algún rescoldo más allá de las cuentas de resultados?
Me rindo a lo que creo que es el deber de quien tiene una “voz”, que no es otro que el de intentar ponerla ahí fuera, aunque no llegue más allá del dintel de la habitación de las propias pesadillas. Me rindo al deber, abrumado por el miedo al fracaso, no de los otros, sino de mí mismo. Voy a buscar qué queda de mí en mí que merezca ser contado. En el intento habrá o no testigos por si el rescoldo produjera algún paisaje prometedor. Ahí voy.