Los reyes de los reyes

La pena bajo la levedad de quien tanto amó. Células de amor en una momento de pena por su soledad de memoria que que se apaga.

Como Dios, al 7º día el hombre descansará. Mañana de Reyes, sobre el lecho blanco, en su particular Epifanía, mi madre duerme. Hay en la habitación ecos de bombas de guerras pasadas, y trozos de pan racionado que se guardaba para el hermano que venía de trabajar, las visiones de los obreros arrojados por la chimenea de la fábrica o el guardia civil perdido en el monte que apareció en el pueblo colgado sin uñas ni ojos, como una firma a los gritos nocturnos, de las noches que no eran de reyes de niñas que no harían mujeres de cristal. La lluvia, las calles negras del carbón negro, y la risa siempre, la risa de ponerle a la vida la impronta del héroe. Pero detrás de los ecos sólo está el silencio. Ah… pero los ecos, el aura cierta de una postguerra, del negocio de dar de comer a los hijos, de las castañas en la chapa de la cocina, de las fariñas, del roscón sin pereza, de las magdalenas, de la ropa planchada y fresca, de la cocina de carbón «que no tira», de las tostadas y el cola-cao en la mesa de mano de la helada. Y la risa. La cara puesta a la vida. La cara cuyo eco se ve en las caras de quienes -en el que adoptó como pueblo- la ven de pronto volver y le dicen «sin ti esto no es igual». No lo es. La extranjera, allí en el lugar donde galopó a lomos de amazona el caballo de la locura, recogía rosas, rosas y olorosas del jardín, y las ponía en verano sobre la chapa silenciosa de la cocina de carbón.

Yace. En la habitación vacía de todo menos de sí misma. A veces, muchas veces, sueña con los que la esperan. «Ayer soñé con tu tía Ausencia», «ayer soñé con tu tío Manolo», «ayer soñé con tu abuela». Un día se levantó agotada «de trabajar» en sueños. Yo la conocí valiente siempre. Plantada en la realidad como nadie que haya conocido… quizá las abuelas.

¿Dónde estará ahora, en este segundo antes de la mañana de Reyes? Luego, se despertará y seguirá esperando, ve las fotos de las nietas y las biznietas, y del nieto con la novia, como cada día, las pasará en su Smartphone con la certeza de quien puede firmar de nuevo la renovación del contrato. Praderas de Asturias, correrías a pedir la protección de la abueja Josefa, los fogones, su forma de «escaparse» al supermercado por lo que se le había olvidado. Las amistades peligrosas, las fieles, el amor a su tierra y a los suyos irremediable. «…pero perder un hermano».

Su nombre define la palabra coquetería y resiliencia. ¿Cómo es posible que jamás de una boca humana haya salido una mala palabra de los suyos? Ni de sus padres, ni de sus hijos, ni de sus hermanos, ni de sus sobrinos, ni de sus nietas, ni nietos o biznietos. Jamás. Su cerebro no está preparado para la crítica a la sangre, es un defecto genético que puede sea asturiano. Yo no llego.

Con los años se ha instalado la transparencia. Lo que parecía imposible. A veces no, a veces se vuelve de nuevo visible, y hay un olor a maquillaje y barra de labios, tan intenso, que uno pensaría que va a oírla galopar de nuevo sobre los tacones en él límite de los 90 y al límite. La habitación está absolutamente en silencio salvo por un respirar tranquilo: ¿cómo es posible que una vida quepa en tan pocos metros cuadrados?

Hoy escribo pequeño, más Mozart que Wagner; me da rabia.

Los viejos no se mueren nunca. Sólo descansan. Como Dios.