La vida me ha vuelto a descolocar.

Enrique Alonso

No puedo dejar de recordar aquel día en el que tras años y años volvía a ver a mi amiga Esther en su terreno: Vidanes. Apenas puedo… Fue un día esplendoroso de risas y confidencias. Esther se dedicaba a rellenar huecos de mi memoria con una paciencia y comprensión casi sobre humanas. Todo era dulzura en el viaje a lo más profundo de mi tierra. Me acompañaba, a demás Violeta, mi última conexión familiar con León, hija de mi tía Isabel y nieta de mi abuela Ramona de Valporquero.

Al final del día, poco antes de ir al hayedo que Gonzalo y Esther querían enseñarnos, en un resbalón tonto, Violeta, que jamás se cae, se cayó con un «clack» que le preocupó. No parecía nada… pidió árnica y Esther sacó -realmente- un frasco de árnica con aceite y se lo aplicó… y así nos volvimos a la Robla con un sabor agridulce de un día muy especial. Era de hecho, mucho más especial de lo que nadie imaginaba.

Por la noche Esther me dijo que a su padre que tenía un hombro dislocado o algo así, le habían tenido que ingresar por que no aguantaba los dolores. A la mañana siguiente, el pie de violeta amaneció hinchado y olía, de pronto, el verano a malos augurios.

Y empezó la procesión de dolor. Lo del brazo del padre de Esther era algo mucho más serio -no voy a entrar en detalles por respeto familiar- pero yo estaba desencajado. Al día siguiente se llevaron a Violeta de Vuelta para Francia y en la familia Alonso empezó, una vez más, la serie de acontecimientos que se han repetido con inhumana frecuencia en su familia. Acontecimientos a los que se unían otros profundos dolorosos hechos familiares.

Me fui de León pronto, adelantando las cosas. Sin apenas despedirme. No ha llegado al año y el circulo de aquel día se ha cerrado.

Ayer me levanté enfermo. Malestar general, y síntomas de haber cogido algún virus… una sensación del Mal, urdiendo a mi alrededor. A veces lo siento con una nitidez que me da escalofríos. Nunca se quien va a ganar la batalla. Jugó conmigo, y con mi corazón dándole otro apretón, fuerte y constante. No me levanté de la cama. Mi madre andaba desorientada.

Esa misma noche los muertos han venido a visitarme en mis sueños. He encontrado un disco especial sobre fantasmas, y todo se llenó -con mis sobrinos de 5 meses presentes y mi madre de 89 años- de presagios del paso. Le había dicho a Esther que me tuviera informado de cualquier cambio, pero y no llamé.

Hoy he dado un paso durísimo hacia la soledad que me ha dejado tan convaleciente que sólo he conseguido soportar a base de dormir para eludir la conciencia. Recé, recé y recé. Volví a aquél dicho de que por cada padrenuestro que rezas, un Alma sale del pulgatorio.

Me he despertado a las 23 con el desagrado de que no era ya la mañana del día siguiente. Mi madre duerme y yo veo un mensaje de Ana Gaitero que me el messenger de Facebook, de que Enrique el padre de Esther, de Tite, de Mako y de Bruno ha muerto.

En la adolescencia, la casa de Esther -o de los padres de Esther- se torno para mí en una especie de segunda residencia en verano y la hospitalidad familiar era ilimitada. Enrique, que era Don Enrique, planeaba en un mundo de mujeres entre sus diversiones, la curiosidad por León que era la forma de amarla además de recorrerla.

El día de la subida al mirador cercano a Vidanes -me deslumbraron robles como jamás los había visto uno de ellos horadado donde podíamos entrar dos personas. Hay foto dulce con ester y watsap de Enrique  con un «ahí tengo yo foto con Gonzalín».

Estoy descolocado. Me he pasado las horas rezando y me despierto, para enterarme de que se ha producido el tránsito. Todo es silencio, ya las 0;25 del día siguiente. No oigo las lágrimas, los comentarios, ni siquiera he hablado aún con Esther. Rezaré ahora ya se por quien, porque las gestiones del otro mundo sean rápidas, y la bocanada de eternidad de un hombre bueno hasta donde a mi me llegue el raciocinio, no le haya quemado apenas el retorno al contacto permanente con todo lo que existe.

En el día de autos… yo dormía. Enfermo. Empiezo a acostumbrarme a estas otras puertas giratorias por las que unos entran y otros salen. Dolor y alegría van hilvanando la vida en un quehacer previsible y que no deja de sorprendernos.

Ahora llamaré. Ahora veré si tengo mensajes que me he perdido. Pero antes tenía que escribir en esta noche triste que huele a hueco aunque esté muy lejos de león.

Mi cariño, que lo tengo, y se lo tenía a D. Enrique, a todos. Creo que saben que es sincero y profundo. Algo falta también hoy ya en mi biografía.