«Hace cien años, el 11 de noviembre de 1918, a las 5.15 horas de la mañana, se firmó el armisticio en el claro de Rethondes, en el Bosque de Compiègne, que dio fin a la Primera Guerra Mundial en el frente occidental. «
(Leer sin respirar. No hay puntos y aparte misericordiosos cuando se habla de paz.)
El mundo en el que creo. The world I believe in. 500 millones de europeos estamos viviendo el periodo de paz más largo que ha conocido el continente con la ignominiosa guerra de los Balcanes como aterradora advertencia y excepción. Es una Europa que no construimos los ciudadanos, que construyeron para nosotros esos políticos tan denostados -corruptos algunos, como algunos de nosotros- pero que nos han dejado, probablemente, la mayor obra que la Humanidad haya creado: un espacio de paz, libertad, prosperidad e igualdad sin precedentes. ¿Mejorable? Por supuesto. Sobre todo si los ciudadanos somos conscientes cada día de la paz, del techo seguro y del plato de comida caliente en la mesa. Que no es universal al 100%. Por supuesto, pero es difícil imaginar que destruyendo -«peor no podemos estar», se dice con Siria, o Libia lanzándonos su aliento en el cogote, me cuesta pensar que haya quien piense en que las cosas mejoren destruyendo, y no construyendo sobre lo construido. Limitaciones mías.
¿Mejorable? Por supuesto. Sobre todo si los ciudadanos somos conscientes cada día de la paz, del techo seguro y del plato de comida caliente en la mesa.
EUROPA tiene un salud excelente, con achaques, pero el mismo virus, el NACIONALISMO, que la redujo a cenizas de guerra en guerra hasta esa negación misma de la Razón en nombre de la Razón que fue la II Guerra -¿cuanto había pasado desde la primera? media generación, muchos de los que vieron una, vieron la otra. Ni siquiera se decir de memoria los años. Esta es la memoria que tenemos muchos europeos del horror: ninguna. Y los españoles estamos a la cabeza porque no vivimos ninguna de las dos. Pero vivimos su preámbulo, su prólogo, esa Europa con rostro de mujer en el Guernica asomándose asombrada al horror desde la ventana central desde la que nos contemplaron las «grandes» democracias y con el presentimiento de que no le quedaba tan lejos. Abajo, a la izquierda, debajo del toro o el minotauro, raptando una vez más, una vez más, una vez más a Europa, el alarido más alla del dolor de otra mujer -otra mujer- con los brazos extendidos de los que cuelga un guiñapo inerte: sus propias entrañas derrotadas. No hay nada que mas niegue a la mujer, la gran protagonista de la vida, que la guerra. Y hoy… los poderosos locales, porque en el poder distante y en la Ley el poder este se diluye y se vuelve igualitario, están de nuevo a la grupa de los caballos del Nacionalismo por todos los rincones de Europa: El Reino Unido –CANCEL BREXIT-, Hungría, Holanda, Alemania -sí Alemania. ¿Cómo podemos mirarnos a la cara impasibles con el triunfo de la forma más cuajada de racismo que es el nacionalismo? Italia, España.
¿Mejorable? Por supuesto. Sobre todo si los ciudadanos somos conscientes cada día de la paz, del techo seguro y del plato de comida caliente en la mesa.
Yo creo en la ternura, con todas mis claudicaciones a las iras de mis ideas, creo en Europa, y no se muy bien qué hacer para defenderla. De eso, de eso sobre todo, me quejo -claro, como no- de los políticos, de que no hayan sido capaces de darnos el patriotismo por la patria más bella que el mundo ha conocido, la patria que con su sola existencia, niega la guerra misma. En esta pequeña bola azul suspendida en la nada que los antiguos no pudieron imaginar -mucho menos ver-, están hoy por hoy los límites del hombre. Y hay en ella modelos de organización social, ninguno perfecto, porque nada humano lo es, el hombre es una vida haciéndose y la imperfección y el deseo de su contrario, es el motor que mueve la vida humana misma. Si los europeos somos incapaces de retirarnos y ver qué modelo de entre todos ellos está más cerca de lo mejor, observemos el flujo migratorio, en ocasiones desde territorios riquísimos pero fracasados políticamente.
a combatir a las oligarquías locales, a los señoritos de siempre, a los que se saben que apellido tienes antes de que nazcas,
Las migraciones llevan en sí una respuesta que apunta en una dirección. Occidente con todos sus defectos. Pero Occidente no es un territorio, es una idea que aúna razas, religiones, sexos, naciones. Nadie se iría de su país si esa idea se implantara en su propia tierra con el mismo éxito que lo ha echo en el gran sistema formado por las democracias donde liberalismo y socialdemocracia son -o deben seguir siendo- el aceite que hace girar los rodamientos del progreso del hombre. En ellas crece la solidaridad, el conocimiento científico, los avances en medicina y en asistencia a los desfavorecidos. Hoy, siempre, Europa está amenazada. Hoy, siempre, las oligarquías locales intentan destruir lo transfronterizo, lo transracial, lo transreligioso. Pero un nuevo arma convive ya con nosotros, la propaganda ejercida a través de Internet, valiéndose de una de las fortalezas-debilidades de las democracias: el derecho a la libertad de expresión. Las democracias han de fortalecerse ante la mentira. La mentira que apasiona a quienes se les hurta la información veraz, difundida con recursos que los poderosos ponen a su servicio, es, una vez más, la gran amenaza. Cuando algo nos enciende el corazón y nos apaga la razón: Alarma, «al arma», cojamos el arma nosotros también, este arma nueva que a todos sirve y que todos poseemos. A escribir, a luchar, a combatir a las oligarquías locales, a los señoritos de siempre, a los que se saben que apellido tienes antes de que nazcas, alarma, al arma -la verdad de cada uno en Internet- la raza humana toda -lo siento Trump, pero todos somos primos-. A ser posible, eso sí, con más brevedad y concisión, de la que yo he sido capaz aquí. Siempre la pereza me rinde en el afán de hacer somero lo complejo. Mea culpa.