El Guardian: Capítulo XXIV

(No está leído ni corregido… lo vais leeis antes que yo. De mi cabeza y mis dedos a vuestros ojos y cabeza… así es esta relación-experimento. Si a alguien le interesa… claro.) 😉

–          Trae usted una orden judicial.

–          ¿La necesito?

–          Depende. ¿De que va a ir esta conversación?

–          De libros no.

–          Muy gracioso dijo el director de la Biblioteca levantándose y yendo hacia unas sillas Barcelona en Blanco al lado justo de la ventana con dos mesas Eileen ajustadas a distinta altura y machiembradas, es decir, la pata de circulo cortado de una, entraba en el de la otra, con lo cual las tapas de cristal creaban un espacio de dos alturas cómodo. El Comisario sabía que una mesa Eileen se podía comprar hoy de imitación por menos de 100€ lo que no le quitaba ni un ápice a de belleza a esa obra cumbre del diseño del siglo XX. La vida de un comisario de policía en Madrid te pone en contacto con casi todos los aspectos de la sociedad, desde el negocio de las funerarias y la escultura mortuoria, a la decoración. El diseño industrial de principios del XX era una de las pasiones de Antoni Llopis desde que vio la Eames blanca “la chaise” -tan poco Eames en realidad-, en una obra de teatro donde una atriz, vestida con un rojo de Devota & Lomba de la primera época, que se rompía mientras hacía lo que hacen tanto hoy todas las mujeres: aferrarse a su faceta de triunfadoras profesionales, para huir de sus emociones. Eileen Gray, en cambio, con su pelo a lo Garcon cortado ligeramente por encima de la oreja, y su camisa blanca, era la imagen de mujer inteligente -la primera diseñadora realmente importante de la historia- y con ese toque de sobriedad culta que le daba su origen irlandés. Eileen, naturalmente no había pasado desapercibida jamás en su época cuando entraba en cualquier salón o cualquier reunión de trabajo, pero su forma de destacar era “esconder”: lo femenino, lo obvio, los volúmenes, todo lo que fuera inmediatamente identificable. Lo cual, por supuesto, la convirtió en un icono que sólo podía compararse consigo misma. Su “modesta” mesa compuesta por dos círculos de tubo cromado, el superior con cristal y el inferior con un corte que se enfrentaba al rectángulo que unía ambos, en realidad llevó el nombre E-1027, en honor a la villa modernista que la diseñadora se había construido en Roquebruen-Cap-Martin, entre los Alpes y el mar. Esta mujer del siglo XIX -nació en el 78 (1878)- vivió el mismo año que franco, en el 76 y a falta de dos años para cumplir los cien años había cambiado lo que el “termino” mujer, significó para el mundo de forma definitiva. En una ocasión Le Courbusier ocupó la habitación de invitados y pintó un mural sobre el blanco impoluto de una de las paredes o paños de la estancia. Eileen se había separado ya de su amante y no ocupaba la casa, pero llamó públicamente la “intervención” de Le Corbusier un acto de “vandalismo”.

–          ¿Le importa que fume? – dijo el director apuntando hacia el comisario con dos cigarrillos en forma de “V” en una invitación.

–          Sabe muy bien que está prohibido fumar en los edificios públicos. -De Ville lanzó al aire una mano como diciendo esto es demasiado y se giró para volver a depositar los cigarrillos cuando escuchó de nuevo la voz del comisario- Por supuesto que no, y gracias… me vendrán bien un poco de cáncer esta mañana. Parece el día adecuado ¿no?

El Presidente de la biblioteca soltó una carcajada y volvió hacia su mesa ofreciéndole un “Ducados” a su “huésped”. A su espalda, tras la ventana que daba a recoletos, se veían ondular los castaños.

–          ¿Ducados? – Dijo el policía realmente sorprendido por primera vez.

–          I don´t do americans. -Contestó el “interrogado”.

El Comisario sintió como un respingo le recorría la nuca y no pudo evitar que su boca se descolgara en una mueca estúpida. “I don´t do americans”, se puedo entender, por supuesto, como “no fumo tabaco americano”, pero también, en el argot “gay” como “no me van los americanos o “no me tiro americanos”.

Hacía aproximadamente un mes, un soldado americano de la base de Rota, había aparecido, drogado y violado a las afueras de Madrid. Como era de esperar, los análisis escupían un poco de todo, alcohol, mariguana, coca y… cristal. El cristal se estaba convirtiendo en la auténtica pesadilla de Madrid, no sólo por la velocidad de “enganche” -prácticamente tres consumiciones separadas por menos de 30 días eran suficientes para que la remontada se volviera casi imposible-, sino porque venía asociado al sexo con un efecto no sólo desinhibidor sin precedentes, sino potenciador de la fantasía de la superación del tabú. No era ya el qué se hacía, sino el con cuantos y cuantas veces. El sueño no era un problema, se podían pasar noches sin dormir, y los consumidores se identificaban claramente en las madrugadas heladas de la ciudad, por un caminar zombi con miradas descaradas a cualquier cosa con patas que pasara por la calle… naturalmente, nadie aceptaría una invitación sexual de alguien en esas condiciones a no ser que, o hubiera consumido también “cristal” o “ghb” o, incluso “mdma”… o quisiera aprovecharse del joven o la joven. La sangre solía aparecer tarde o temprano en los contactos, no por la utilización de rollos sadomasoquistas o de cualquier tipo, sino por la debilidad extrema de la piel misma ante aquel monstruo insaciable que erosionaba ese órgano esencial que nos protege del exterior. Una pesadilla en toda regla. Con la sangre volvía el viejo amigo ya transformado en una enfermedad crónica: el Sida. El joven soldado americano dio positivo en las pruebas y con la denuncia, llegaría un infierno diplomático a nivel de la guerra fría. Unos padres de Wisconsin que mandan a su hijo a luchar por la Democracia y la Libertad vestido impecable en su traje de Marine, con su pelo casi albino que parecía más cortado con una catana que con una cuchilla de barbero, y los ojos azules limpios como las montañas y los lagos del estado mirando al frente y con firmeza hacia la épica de su país, el protector de los valores más profundos del ser humano, unos padres así, jamás renunciarían a que la Ley, les devolviera lo que el Gobierno les había arrebatado.

Pero, no hubo escándalo, porque no hubo denuncia. El soldado, educado en West Point, era lo que se conoce como aristocracia americana. En algún lugar de la fría y fea embajada estadounidense en plena calle Serrano, ocupada por primera vez por un Embajador abiertamente homosexual y casado, se selló el silencio en beneficio de las relaciones de ambos países y, sobre todo, del pedazo de escándalo mediático que se hubiera montado en Estados Unidos donde el acuerdo a enviar tropas fuera del país estaba bajo mínimos entre la población.

El comisario, supo el nivel de la amenaza que le acababan de lanzar.

–          Me preguntaba por la orden judicial.

–          Nos podemos tutear, por favor.

–          Creo que está bien así… me siento más cómodo resguardado tras los formalismos. Una debilidad mía.

–          No necesita ninguna orden judicial, pregunte lo que quiera… -Los dos fumaron una calada honda y el humo añadió algo de atmosfera al despacho que, de pronto, se había vuelto íntimo. Los dos estaban preparados para el siguiente movimiento en una partida de ajedrez en la que el comisario buscaba sus torres y el aristócrata presidente del emblema de la cultura española por excelencia, tocaba el globito señero y protector de su alfil.