El Guardián: Capítulo XXII

(Recien salido del horno cumpliendo con las peticiones. A las 7 empecé y 8:46 acabé. Está sin corregir y sin leer. Luego. Ahora descanso y cojo un poco de distancia.)

 

Nacho se despertó con una cierta sensación de tranquilidad, que desapareció inmediatamente en cuanto se dio cuenta de que no estaba en su habitación. A su alrededor había unas paredes empapeladas de una habitación que no había visto en su vida. La cama tenía un colchón antiguo y había sábanas y mantas y no su edredón con funda blanca y olor a lavanda. Todo estaba oscuro, pero una pequeña fuga en la ventana dejaba ver y todo parecía como un cuadro pintado en gris, donde una tenue y fría luz dibujaba los contornos de algunos marcos con fotografías, un aparador de… ¿caoba?, un armario que hacia juego y en la mesita de al lado de la cama una lámpara con una pantalla roja plegada y una de esas cadenillas para encenderla y apagarla. Entonces se dio cuenta de que el embozo de la sábana doblado perfectamente sobre la manta, le llegaba justo al cuello. La cama estaba caliente y su cuerpo estaba cómodo y descansado. Pero no tenía ni idea de donde estaba ni de cómo había llegado a ese lugar. No pudo evitar que se le viniera a la cabeza, la Vida es Sueño, de Calderón, y ese Segismundo prisionero que un día se despertaba de pronto en un palacio y era un príncipe y, otro, después de intentar vengarse de su padre por haberlo mantenido apartado por un mal augurio que decía que le mataría, volvía a estar en la cueva de siempre con su sirviente Clotaldo. Segismundo se preguntaba si su estancia en Palacio y su condición de príncipe, no había sido más que un sueño… pero todo lo recordaba con tanto detalle… su deseo de venganza, su alcoba, las ropas de paños finos… la espada y ella, “en que todo se acabó y esto sólo no se acaba”. Así que todo había sido un sueño. ¿O era un sueño la cueva en la que vivía ahora? “Sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza, sueña el que agravia y ofende, seña el que afana y pretende, y en el mundo en conclusión, todos sueñan lo que son. Yo sueño que estoy aquí de estas prisiones cargado y soñé que en otro estado más lisonjero me vi”.

Los versos desfilaban por la cabeza de nacho en aquella irrealidad de un espacio que estaba seguro no haber visto jamás. “¿Qué es la vida? ¿Una ilusión? ¿Una sombra? ¿Una ficción? Y toda la vida es sueño y los sueños, sueños son…” Como una puñalada, Nacho recordó el “sueño” de haber recibido una carta de su madre “ya estaré muerta” y vió sobre una silla doblados sus pantalones. En teoría la carta estaba en el bolsillo. ¿O no? ¿Había sido todo una pesadilla? Pero ¿y esta habitación desconocida sobre la que la luz iba penetrando al mismo tiempo que sus ojos se adaptaban a la oscuridad y empezaba a identificar objetos tan reales que no podían ser un sueño? Vió un retrato de un chico de su edad, pero no era él. Al menos no… Miró la foto, y se dio cuenta de que no podía ver su propio rostro porque no había un espejo a mano. Conocía su cara a través de los espejos… ¿O no? O era él aquel joven que le miraban desde el marco, joven y con la mirada desafiante. Sacó las manos de debajo de las mantas y se las miró, luego sacó un pie, y se lo miró… pero ni pies ni manos aparecían en el retrato. ¿Cómo comparar? ¿Estaba soñando? Se pellizcó y le dolió el brazo que se puso blanco en la zona y enseguida rojo. Saltó de la cama, con ganas de palparse la cara para asegurarse de que era la que tenía en su memoria y no la del joven del retrato. Recordaba el sueño, la muerte del anticuario, la policía, el trabajo en el Botánico… todo parecía tan real. Y tan irreal al mismo tiempo. Como si su vida hubiera desaparecido dentro de un mal sueño y todo lo que le ataba a la vida, sus amigos, su trabajo, su madre hubieran desaparecido…

Metió la mano en el bolsillo del pantalón esperando encontrarlo vació, pero allí estaban los dos sobres del mal sueño. Buscó los tilos, pero no había más que ese olor a caoba muerta en la habitación. Le pareció oler a frisuelos. Y, de pronto, pensó en la posibilidad de que su madre estuviera muerta de verdad. Era algo totalmente absurdo, pero sus dedos tocaban el papel de los sobres, dentro del bolsillo del vaquero y no se atrevía a sacarlos. Le pareció que se mareaba y con el pantalón y los dedos acariciando el papel que deseaba con toda su alma que no existiera, se recostó sobre la cama. Vio su moño, sobre la mesa afanada con las cuentas de la casa, el perfume sutil al jabón de cada mañana, fuera le esperaba …… para intentar injertar un manzano que se había secado al caer la mayor parte de las ramas en la zona de sombra. “Mamá” dijo, y la figura del escritorio siguió escribiendo mientras se desvanecía para volver a verse el papel pintado de medallones de la habitación desconocida. Sintió un dolor tremendo en el pecho, ¿sería un infarto? Era un dolor físico, de cuchillo que no sale, un dolor frío y acerado; irrevocable. Ecos de voces diciéndole que se lavara las manos antes de comer, ecos de reproche de “ya has vuelto a estar con ese”, ecos de la mano acariciándole el cuello mientras estudiaba sus libros de biología “está obsesión tuya con los árboles”, y sintió, un frio que no había sentido jamás, un frio como el de aquella primera noche en el que su madre le había acostado muerto de cansancio entre unas sábanas no muy limpias y frías. El mundo desapareció. Entendió entonces a Segismundo y el engaño de la vida. Pensó en dormir, pero el frío estaba allí más real que la más cierta de las realidades, era el frio del vació, un frio que no había sentido jamás, un frio que no conocía, el frio de un mundo sin su madre.Vacío. Las lágrimas surgieron como un mecanismo natural del cuerpo, resbalaban por sus mejillas de forma cada vez más copiosa… y sono el primer hipo del llanto, pese a la realidad de la habitación imposible en la que estaba y que no había visto jamás… sabía que era cierto. Sabía que su madre ya no estaba doblada sobre el escritorio, o echando carbón a la cocina, o preparando la taza de Colacao, lleno de galletas rotas y cuatro trozos de mantequilla apretados contra el borde. Abrazó la almohada y se tranquilizó. Pero todo su pecho era hueco. Y, finalmente, abrió el primero de los sobres.

 

 

***

Joooooder, dijo Antonia entrando en la habitación y abriendo las cortinas y las contraventanas. Llevas dos días durmiendo. Vamos, te he preparado frisuelos, la puta movió las caderas con decisión y de pronto se paró, se dio la vuelta y lo miró seria de frente: ¿“de verdad crees que puede ser verdad lo que dice la carta”?

En menos de un minuto todo el sueño había desaparecido, recordaba haber llamado al timbre, recordaba la mirada seria de Antonia cuando le vio y su “pasa”, mirando si había alguien más en la calle. La conversación, el desahogo, los huevos con patatas y quedarse dormido en algún momento en un sillón de Ikea de esos que se hacen cama.

  • Anda que no pesas, hijo, eres pequeño, pero estás echo de hierro. Te pinchan y no sangras. -Recordó a Antonia desnudándole y metiéndole en la cama, tapándole con la manta y las sábanas ajustándoselas al cuello, y recordó un beso en la frente mientras el sueño ya le había vencido.

 

Tras un segundo de un segundo incómodo, Antonia dijo, “patatas con butifarra”, con un poco de comino y un poco de curry. Me las enseñó a hacer una puta cubana que vivión conmigo unos meses recién llegadas. Se hacen en un plis-plas y te entonan el cuerpo que no veas. En un segundo están… en el frigorífico tienes naranjas, hazte un zumo… no se como te tiene de pié. Vitamina C. Ese es el secreto. Lo último que queremos ahora es que te pongas malo… y debes de tener las defensas como las de los franceses esos cuando les pasó Hitler por encima en un pis-pas. Hay que ser burro. En cambio, hay tienes a Franco, que no le dejó pasar ni un kilómetro de Hendaya. Franco era un cabron sin escrúpulos. Pero tenía cojones, mandar a Hittler de vuelta para Paris después de todo lo que le debía. ¡Gallegos!, yo prefiero echarme a la cara a un boxeador búlgaro que a una puta gallega. Te la meten sí o si. ¡Vamos, mueve el culo niñato! Hijo, no se como te puedes ganar la vida dando por culo, Nacho la miró un segundo, “joder que no soy imbécil, que esas cosas se notan”.