El Guardian: Capítulo XV

NOTA: Capítulo dedicado a MSM que tira de mi, de forma seca. Como quien apremia a un trabajo que hay que hacer y punto. Así que escribo aterrorizado, con la novela no en la cabeza si no en el corazón. Aterrorizado porque no se como se saca este corcho. Ahí va este mal capítulo, dedicado a ella. El 24 de Diciembre de 2015. Me bañé en este mediterráneo que es ajeno a mi y que sólo me perteneció una vez. Estaba frío y acogedor. Como un cuchillo de plata que diría Lorca. Arriba la luna, abajo las joyas esquivas como un tesoro por cuyo brillo se perdiera un pirata o un necio. Ente la isleta en la que no se veían banderas, estaba el rielar de la luna y lo perseguí. Volví a casa al consuelo de la Misa de Gallo, pero no había, la tele decidió que hoy Jesús no naciera para mí. Llegué a casa y quedé dormido. Y ahora ya, no puedo dormir. Va un mal capítulo, de este naufragio. Dedicado. Va en bruto y sin corregir.

 

La primera mirada de Nacho al interior se encontró con una mesa vacía donde adivinaba el escritorio del Comisario.

– Siéntese. – Le ordenó el policía que le había llamado y se puso en el ordenador de una pequeña mesa contigua.

El agente confirmaba los datos que Nacho ya había dado a la policía y él, mientras tanto, desplegaba sus instintos para ponerlos a trabajar en su defensa. Había pocas maderas en aquel despacho modernizado, pero su olfato rastreaba lo que la vista no podía descubrir. El pino carrasco de la puerta por la que había entrado, el pino joven, seguramente piñonero, del lápiz que acompañaba a una libreta colocada cuidadosamente sobre la mesa. ¿Olía a lavanda? Estaba desconcertado por aquella presencia que le descolocaba… Se trataba de un perfume… estaba en el despacho como reminiscencia: había estado, pero en ese momento no estaba… Podría ser también una colonia usada por alguien que hubiera ido a declarar o denunciar a lo largo del día. Pero si se trataba  del perfume del comisario, Nacho sabía que se enfrentaba a alguien laborioso y metódico. La lavanda se alza siempre para ser libada por abejas y mariposas que la cosechan con insistencia. Metódicamente, sus flores en racimo son recorridas por órganos incansables que las visitan en su infinita reproducción… y en ese momento, Nacho vio, sorprendido entrar a un corpachón que le saludaba en el despacho. Era un tilo, un enorme tilo perfumado en la redundancia de la lavanda. Nacho no entendía nada. Aquel hombre que le había hablado horas antes por el teléfono no contestaba como un tilo. La paciencia enorme e ilimitada de los tilos no había asomado ni remotamente en la conversación. A no ser que se tratara de un tilo enormemente irritado.

– Buenas tardes. –Dijo el comisario sentándose enfrente de Nacho.

– Buenas tardes. – Respondió Nacho de forma educada con una voz cargada de expectativa.

– ¿Ha confirmado la declaración? – Preguntó el comisario volviéndose hacia el suboficial.

Este afirmó con la cabeza terminando de teclear algunas aclaraciones de Nacho.

– ¿Se llama Usted Nacho Grijales?

– Si señor.

– ¿Cuántos años tienes?

– Veintiséis.

– ¿Eres de Madrid?

– De Santander.

– ¿Y tu familia vive aquí?

– Mi madre sigue viviendo en Santander.

– ¿Y tu padre?

– Murió cuando yo era pequeño.

– ¿Cómo conociste al señor Méndez?

Nacho asumió que se refería a su cliente.

– ¿Quiere decir Miguel?

– Miguel Méndez, efectivamente. – Contestó el comisario.

– En la calle Almirante.

– Cuantas veces había estado con el Sr. Méndez.

– La otra noche fue la segunda.

El comisario dudó un segundo. Luego miró fijamente a los ojos a Nacho y volvió a preguntar.

– ¿Conocía Usted a su pareja?

A Nacho no le fue difícil dejarse sorprender. ¿Pareja? Aquel hombre vivía sólo… El olivo es un árbol gregario, se agrupa pero no se empareja… la distancia, mejor dicho, la equidistancia era una de las características de este árbol milenario.

– ¿Pareja?

– Si, el Señor Gandía… o quizá lo conozca usted por “Luis”.

– No creo que Miguel tuviera pareja. Se le escapó a Nacho y se arrepintió inmediatamente de haberlo dicho.

– ¿Por qué?

– No parecía ese tipo de persona.

– ¿Sabes qué tipo de persona es alguien con quien te has acostado un par de veces?

Nacho calló unos segundos. Dudó y luego contestó.

– Se algunas cosas… llámelo experiencia profesional si quiere. – Dijo sin dejar de sorprenderse a sí mismo por jugar a las ambigüedades en una situación como aquella. Su “experiencia” de conocimiento de las personas venía de algo muy distinto a lo que le estaba haciendo creer en ese momento al comisario.

– Y según su experiencia, el señor Méndez no era una persona de pareja.

– Eso es.

– Y se basa usted en qué detalles por ejemplo. – Preguntó el comisario sin poder evitar un tono de curiosidad irónica.

– La primera vez le hice un “servicio” a Miguel en el coche. Luego charlamos algo. Estaba relajado y no parecía sentirse culpable de nada… no parecía alguien que estuviera engañando a una pareja… eso se suele notar. Su casa tenía una cama matrimonial, pero en el baño sólo había… ya me entiende… un cepillo de dientes y esas cosas.

– Parece que se fija usted en los detalles… – Le preguntó el comisario, mientras a la cabeza de Nacho le venían sin quererlo las palabras de su inesperada cómplice “ahí adentro hay más hijos de puta de lo que piensas”. Nacho pensó que si estaba delante de un tilo como pensaba, podía arriesgarse a llevar las cosas un poco a su terreno… en intentar protegerse. También decidió que si la cosa funcionaba le pasaría al comisario la hoja de cedro que había encontrado en casa del anticuario.

– Señor…

– ¿Si?

– Perdone… No sé lo que ustedes piensan, pero para mí no es fácil. Ayer salí de mi casa y cuando volví había visto morir a una persona –era el momento de derramarse para ver si el tilo acudía en su ayuda-… y…

Nacho dejó –por doloroso que fuera- que por su corazón volviera a atravesar aquella sensación sorda de parálisis que le había sacudido en casa del anticuario. Entonces sus ojos se convirtieron en el extremo último de su cuerpo y a ellos asomó algo que cualquiera que tuviera un poco de experiencia sabría identificar como absolutamente sincero. El comisario miró esos ojos desnudos por un segundo y supo lo que tenía que hacer. Aun así pasaron unos segundos antes de que le contestara a Nacho que estaba dispuesto a jugar con él.

– ¿Tomamos un café? – Dijo levantándose de la silla y agarrando la americana- Me lo llevo a dar una vuelta. Dijo al suboficial. Ya no volveré. Cierra la declaración aquí y mañana repasamos.

– Si señor. Fue la escueta y dócil respuesta que Nacho pudo oír y no pudo interpretar.

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