L a conocí una noche en Miami a través de uno de los amigos-regalo que conservo de Nueva York el diseñador de interiores y gran coleccionista de fotografía Juan Carlos Arcíla-Duque. Juan Carlos me había invitado a pasar unos días en su apartamento de Miami y, de pronto me llevó a recogerla para ir a cenar, así como hace él las cosas, pícaro y generoso: Me impresionaron sus enormes y oscuros ojos más cercanos a mi cultura que el ojo anglosajón. Eran un puro precipicio humano un túnel que apuntaba más a su emocionalidad que a su portentoso cerebro: prepotente para ocultar una vulnerabilidad terrible. La primera vez que me encontré cara a cara con Zaha Hadid supe que no le gustó conocerme -sólo he sentido la misma sensación con la Duquesa de Alba-, pero en el caso de Zaha tuve la sensación de que no le gustara conocer gente, de pura sed de contacto. Pero se dejó llevar por la noche, impertinente y protestona, se notaba que confiaba en su anfitrión y cuando llegamos a un restaurante cubano en algún lugar de alguna zona de South Beach donde nadie esperaría encontrarse a alguien que no hablara español, aquella mujer se dejó caer sobre el plato con la pasión de quien encuentra de pronto su lugar y se puso -literalmente- manos a la obra, escarbando en el marisco, divirtiéndose y dejando que sus ojos fueran como eran: capaces de enamorar a cualquiera que supiera mirarlos. Algo que nunca se hubiera permitido de haberse dado el caso. Su complejidad emocional me pareció infinita.
La segunda vez que la vi -de nuevo con Juan Carlos- fue en una fiesta a la que nunca confirmó que vendría, porque, creo que sólo aceptaba rendirse a lo que iba a hacer cuando era ya inevitable. No estuvo cómoda ni un se segundo. De la primera noche creo recordar un discreto Miyake negro, de esta segunda supongo que unos Blanik o lo que fueran: algo exquisito en unos pies exquisitos. Sus pies se veían en toda la fiesta, sus ojos los ocultaba mirando siempre de reojo, como si fuera a encontrar alguien que la reconociera. No me refiero a la arquitecta Zaha Hadid, sino a la mujer Zaha Hadid. Estuvo amable, pero sus ojos no estaban. Miraban todo para no dejarse ver.
La tercera y última vez que la vi, fue ya en su terreno, en su hotel del Soho en lugar bajo su control. Yo había tirado con pocas esperanzas, el mensaje de una posible entrevista, y Juan Carlos para intentar arreglarlo -nada fácil- quedó con ella y ella con él y conmigo, sin haber hablado nada, pero la «cosa» estaba en el ambiente. En un momento dado, sin que nadie hubiera sacado el tema, dijo de pronto «ok, I’ll do it. Call to the Office». Lo dijo de verdad, por generosidad, ella pensaba que me daría la entrevista. Yo sabía que se arrepentiría.
Fin. Ahora sobre la arquitecta que no conocí.
Todo el mundo sabía que durante mucho tiempo sus brillantes y viables ideas sobre el papel, eran consideradas por los clientes y el stablishment, irrealizables. Ella, jamás dudó. Su cabeza es de las que tienen certezas y crean vías inexistentes antes de instalarlas en el espacio-tiempo del resto de los mortales. Nunca perdonó. Dijo que porque era mujer. Dijo que porque era musulmana. Sabía que era porque lo que proponía era nuevo. El espacio-tiempo no se cambia así con algo nuevo: la prueba de las ondas gravitacionales aún no se había obtenido y sus curvas y oleadas de estratos, no caben en un cerebro cualquiera. Aún hoy. Me impresiona la belleza con la que esculpe el espacio… de forma nueva. Si embargo, aún hoy, mi cerebro puede apreciar la belleza, pero no puede abarcar su familiaridad. No llega. Sus edificios fotografían impresionantemente bien. Sobre todo los exteriores. Los interiores resultan agotadores para una mente «normal». De ahí sus muebles, sus joyas. Para los mortales. Salvo en escasas ocasiones, como en el de la sala de conciertos del Museo de Arte de Manchester, sus interiores me resultan espacios mentales. Visitables… inhabitables. Y ahí se cierra el círculo. ¿Es un edificio un espacio mental? Sin duda, para ella. Su espacio mental convertido en donación: los precios eran sobre todo venganza.
Hoy, según los periódicos, su corazón ha dejado de latir. Y su cerebro, la máquina de crear espacios mentales de Zaha Hadid, habite ya otro espacio-tiempo distinto al nuestro. Deja una impronta que nos ha cambiado a todos. Siento tristeza por la mujer Zaha Hadid, casi siento alivio por la arquitecta Zaha Hadid.
El tiempo dará la talla -creo que aún no lo ha hecho- de su obra. Por el momento, parece irreal que ya no esté.
I met her one night in Miami through one of the friends-regalo that I kept from New York, interior designer and a great collector of photography Juan Carlos Arcila-Duque. Juan Carlos had invited me to spend a few days in his apartment in Miami, and suddenly took me to pick her up to go to dinner, just as he does things, spicy and generous: I was impressed by her huge, dark eyes closer to my culture than the Anglo-Saxon eye. They were a pure human cliff-tunnel aimed more at her emotionality that at her amazing brain: arrogant up to hide a terrible vulnerability. The first time I found myself face to face with Zaha Hadid I knew that she was not happy to meet me – I’ve only felt the same feeling with the Duchess of Alba, but in the case of Zaha had the sensation she dislikes to meet people just out of pure thirst for contact. But she let herself just being carried away by the night, impertinent and grumpy, you could tell that she was confident of her host and when we arrived at a Cuban restaurant somewhere in some area of South Beach where no one would expect to find is someone who does not speak Spanish, the woman flopped on the plate with the passion of someone who suddenly finds its place and–literally–put hands to work digging in the seafood, having fun and letting her eyes were just as they were: able to fall in love with anyone who would know to look at them. Something that would have never allowed if have been the case. Her emotional complexity seemed infinite.
The second time I saw her – again with Juan Carlos – was at a party that she never confirmed it would come. I think because she only accepted to surrender to what her would do when she knew it was already inevitable. She didn´t look comfortable, not for the time of the fraction of a single second. The first night I remember her wearing a discreet black Miyake, this second one, I’m guessing Blanick’s or what they were: something exquisite at exquisite feet. Her feet were being watched by the hole party, her eyes hided away by always looking sideways, as if she were to find someone who recognized her. I don’t mean the architect Zaha Hadid, but the women Zaha Hadid. She was truly friendly, but his eyes were not. They looked everything just to not be seen.
The third and last time I saw her, was already on her own land; her hotel in Soho, a place under her absolute control. I had shot with little hope, the message of a possible interview, and Juan Carlos tried to arrange it – easy to say-, he was with her and she with him and me, without talking about the subject a single word. At any given time, she said suddenly out of the blue «ok, I’ll do it. Call to the Office». She saiyed it for real, out of just generosity, she did thought she would give me the interview. I knew that I would not happen, and it was totally ok to me. Didn´t want add any anguish to her permanent fight with her emotions.
And this is The End. Now about the architect I never met.
Everyone knew that for a long time about her brightness and viable ideas on paper, and new that they were considered by “the” customers and the establishment, undoable. She never hesitated. Her head wad the kind of certainties and of creating non-existent roads before installing them in the Space-Time of the rest of us. She never forgave. She said it was because she was woman. She said it was because She was Muslim. I knew it was because what she was proposing was new. Space-Time is not so easy to be changed and test proving Gravitational Waves had not yet obtained and her proposition of curves and waves of strata, did just not fit into any mortal’s brain either. Even today. I am impressed with the beauty that she was able to sculpt the Space itself… in a new way. However, even today, my brain can appreciate the beauty, but may not absorb its familiarity. It just can’t, too early. Her buildings photographed impressively well. Mostly the exterior. The interiors are exhausting for a «normal» mind. Hence their furniture, their jewelry. For mortals. Except, in rare cases, such as in the of the Concert Hall of the Museum of art in Manchester, her interiors “mental spaces”. Able to be visited… hardly habitable. And here the circle closes. Is a building a mental space? Without a doubt in her work. Her mental space turned into donation for the mankind: prices were mostly revenge.