Diario b: «…o del amor a Ortega»

Buenos días. Me despierta el alba a contrapié. Dispuesto a la labor pero desorientado por la pasión. Hay una rosa nueva en la terraza, de un rosa de un rosa extraño, casi ácido. Es olorosa, fresca y prematura. El laurel está brotado y amenaza ya la primavera en cada una de las pequeñas cosas en las que deposité el amor. Debiera yo leer -ya estoy contagiado- hoy o mejor ayer a Descartes y su «Discurso del método» por el que llega a fuerza de voluntad y rigor sistemático, al principio de las cosas. Pero yo soy, debilidad, pasión, confusión, viajero que desconoce la ruta y el destino. Está fría aún la casa. La madre duerme, y su calor, ya casi extinto, lo tiñe todo de una sombra larga y cadenciosa. Mi estabilidad, está en ser repetitivo, como la gota de agua que horada la piedra, y en la constancia hacer mi camino sereno. Pero acontece que no soy yo de esta cualidad. Uno se puede enderezar, pero sobre todo, se ha de buscar. Y yo, una vez más no me encuentro. Ayer, comencé de nuevo «mi libro» o uno de mis libros: «Meditaciones del Quijote», de Don José Ortega y Gasset, no en Kindle, sino en papel precioso, en una edición en rústica ya que anduvimos -y andamos- de aniversarios.

«Por el contario, el amor -leo- nos liga a las cosas, aún cuando sea pasajeramente. Pregúntese el lector, ¿qué carácter nuevo sobre ella la calidad de amada? ¿Qué es lo que sentimos cuando amamos una mujer, cuando amamos la ciencia, cuando amamos la ciencia, cuando amamos la patria? Y antes que otra nota hallaremos ésta: aquello que decimos amar se nos presenta como algo imprescindible. Lo amado es, por lo pronto, lo que nos parece imprescindible. ¡Imprescindible! Es decir, que no podemos vivir sin ello, que no podemos admitir una vida donde nosotros existiéramos y lo amado no -que lo consideráramos como una parte de nosotros mismos. Hay, por consiguiente, en el amor una ampliación de la individualidad que absorbe otras cosas dentro de ésta que las funde con nostros. Tal ligamen y compenetración nos hace internarnos profundamente en las propiedades de lo amado. Lo vemos entero, se nos revela en todo su valor. Entonces advertimos que lo amado es, a su vez, parte de otra cosa, que necesita de ella, que está ligado a ella. Imprescindible para nosotros. De este todo va ligando el amor cosa a cosa y todo a nosotros, en firme estructura esencial. Amor es un divino arquitecto que bajó al mundo, según Platón «a fin de que todo el universo viva en conexión».

Esta es mi conexión con Ortega. La del alma gemela compenetrada. Penetrados uno del otro como sucede en el amor, en el que el «otro» es puerta a sus amores y a mundos ajenos que solo nos llegan a través de lo amado. Del amor. Como la rosa de la terraza que ama el rocío fresco -o helado- de la mañana que quizá la mate, mientras sobre la pared blanca de enfrente, el sol va creciendo rápido a su rescate. Podrían decir, que el Sol está enamorado de la rosa, y ella me ofrece a mí, su enamorado, el saber profundo de la botánica, donde lo inanimado se convierte en vida. Pues esa es la esencia -la parte del cosmos- que ocupa el reino vegetal, convertir lo inerme en vida.

Son las 9 y voy ya una hora retrasado en este ejercicio del día. A él me pongo ahora, pero me temo que fracasaré en un primer intento, en un segundo y, quizá en un tercero.

Mi amor es el conocimiento, pero el conocimiento es difícil sin disciplina, aunque quizá, como me descubre Ortega tan de mañana, también se acceda a él a través del amor. Este es pensamiento de mi amigo Eduardo, que me presta repetidamente, con ese don de la paciencia que ha de tener el maestro y del que yo carezco.

Primera lección de la mañana regalada: no soy maestro de nada, pues quien no posee la paciencia, nada puede enseñar, aunque haya en él alguna ráfaga mínima de sabiduría.

Subrayado queda. Adelante… el día será lo que la vida diga. Aflojo las cinchas del corcel, y dejo que trote, ligero de mí.