Si es catedral, castillo parece: Del arte y sus derechos y de la Historia los suyos

Alfonso VI por Amancio González Alfonso VI por Amancio González

A Amancio González le interesan más las personas que los reyes “yo no podía poner a una reina por encima de otra” dice refiriéndose a la posibilidad de haber dado preponderancia a Constanza de Borgoña -madre de la reina Urraca I- frente a las otras reinas del mismo sepulcro que no fueron madres de reyes.

De la representación de Alfonso VI de León le preocupaba que fueran polémicas las babuchas -con sus connotaciones de contacto con la cultura musulmana-. En general le condicionaba la escasez de espacio, “había que conservar en el interior el sarcófago con los restos de las reinas” y cuando todo estaba planteado, “la madre superiora me redujo la base para acomodar el espacio para los bancos”. Reconoce presiones en un momento determinado “para que hubiera una corona con florones”. Dijo que no. La corona fue producto de una búsqueda de coronas románicas que era la referencia que buscaba. Encontró una bellísima, la de Sancho IV que se encuentra en la Catedral de Toledo. Estéticamente un acierto, parece que históricamente, más discutible.

La corona «modelo» de Sancho IV, el centro de la colisión de legitimidades. (Ver notas finales)

Lo demás es todo follón. Grave. Y gravoso. ¿El error? De bulto. De origen. Encargar por 26.000€ -¿chiste o broma?- un monumento funerario para semejante rey: el conquistador de Toledo; el europeizante que introdujera con su matrimonio la conexión con Borgoña (y con ella la dinastía Ivrea-Trastamara de los futuros Reyes de León y de Castilla), el que cambiara el rito mozárabe por el latino en la celebración de la Misa, -nada menor-, el que estableciera la fructífera relación leonesa con Cluny que tantas cosas cambiaría… – Su monumento y el de cuatro reinas por 26.000€. Una escultura para el salón de un ejecutivo de multinacional partiría de 10 veces esa cantidad… Como mínimo. Aceptar… ¿Error o reto? Y “orgullo” dice.

El artículo de Valmaseda

En un artículo en la Vanguardia, Alicia Valmaseda sintetiza la crítica al monumento funerario en la corona de Alfonso VI que “repite machaconamente el símbolo de Castilla”, lo que considera fuera de lugar porque “Alfonso VI, además de firmar su documentación como “Imperator Totus Hispanae”, la firmó como “Rey de León y de Galicia” hasta la conquista de Toledo y, a partir de dicho momento, como “Rey de León y de Toledo” sin usar, en ningún momento, el título de “Rey de Castilla”, lo que no deja de ser comprensible si tenemos en cuenta que se trataba de un reino efímero que había durado únicamente seis años.” Valmaseda pone los datos y la historia. No es labrador el modelo, ni pastor, sino rey. Además, explica, “El castillo, como símbolo heráldico del Reino de Castilla, no aparece hasta un siglo después, en el reinado de Alfonso I de Castilla”.

“El castillo, como símbolo heráldico del Reino de Castilla, no aparece hasta un siglo después, en el reinado de Alfonso I de Castilla”

El escultor leonés niega la mayor… “no es un castillo, es una catedral románica”. ¿Cómo se ha podido llegar aquí? “Cuando me documenté no fui capaz de encontrar una corona de la época. ¿Como era una corona románica de la época?”. Es entonces cuando se encuentra con la de Sancho III -Sancho IV en la historiografía española- (más lío, pero lío relevante) que le inspira “por los camafeos y por la alusión a la legitimidad heredada de Roma”. Valmaseda -no es la única crítica con el resultado de la aproximación de González- habla de anacronismo… “es una corona utilizada por Sancho IV 200 años más tarde”.

¿Quién acierta?, ¿quién yerra?, ¿quién miente? -si hay mentira-, ¿quién dice verdad? ¿Quién es honesto?, ¿Quién no lo es?

¿O hay otra forma de verlo todo?

Valmaseda afirma verdades históricas que resultan indiscutibles. Pero asume que el símbolo que corona la corona del monarca leonés es el de Castilla. Y lo es. A la vista de cualquier observador. Y no lo es, a la vista del artista. “No lo era para mí, no tenía yo castillos en la cabeza, sino cosas muy distintas… lo humano”. Luego, reconoce, sí le llegaron presiones para que la corona fuera otra y fue cuando llegó el momento de decidir sobre lo que consideraba integridad artística y lo que eran demandas que podían parecer lógicas pero que no entraban en la lógica de la obra.

La verdad histórica, la artística y la política

Dos verdades -la histórica y la artística- pueden ser opuestas y ser ambas verdad. Hay, además, otra verdad en juego, la política, que puede tener vestigios de pecado original. Castilla y León aprueba un presupuesto “de rotonda” se podría decir por la cuantía, para la recuperación del prestigio de un monarca cuyos restos -primero por el incendio del monasterio de Sahagún en el que se encontraban- y, posteriormente a consecuencia de la desamortización de Mendizábal, acaban ocultos en lugar secreto que se pasa de abadesa en abadesa hasta que una de ellas muere de forma prematura. Y los restos se pierden. No se descubrirá su emplazamiento hasta 1902.

Castillo -que no catedral- en la tumba de Alfonso VIII en las Huelgas

La idea del monumento parte del procurador del PSOE por León, y natural de Sahagún, Álvaro Lora, que afirma que “en la época del rey leonés, nace la idea de una gran nación, la futura España, de la que él se siente ya protagonista, razón por la cual Alfonso VI se intitula a sí mismo como ‘Imperator totus Hispanae’, emperador de toda España». El propio expresidente de la Junta Juan Vicente Herrera destaca en el prólogo de la obra “Alfonso VI y sus mujeres”, el papel del monarca como “reunificador de los reinos de León y de Castilla”. Para Valmaseda, la cosa no se puede considerar así, “el título de “Rey de Castilla” fue usado por su hermano Sancho entre el 27 de diciembre de 1065 y el 12 de enero de 1072, fecha ésta última en que [este] se auto coronó Rey de León y a partir de cuyo momento, durante los nueve meses escasos (14.01.1072-07.10.1072) en que usurpó la corona leonesa, sólo se identificó como “Rey de León” en su documentación, olvidando el título castellano que había considerado más una afrenta a sus derechos de primogenitura que un honor.”

De alusiones a la conquista de Toledo -parece que objetivamente relevante- ninguna aparece en el monumento de González. Tampoco la vinculación con Borgoña que tanto significado histórico tendría. De su papel como introductor en España -y de esta así en Europa- del rito Latino… niente. Nada de esto «motivó» a este artista cuyo talento nadie discute pero que quizá erró en el objeto del mismo. No buscaban, parece lógico pensar, los -escasos- dineros públicos el ensalzamiento de la condición humana de Don Alfonso, sino la real e histórica. Pero, ay, sobre ese gozne gira el principio de libertad creativa sobre todo lo que no esté especificado en el encargo.

Pero, ay, sobre ese gozne gira el principio de libertad creativa sobre todo lo que no esté especificado en el encargo.

En mi opinión el leonesismo si no convence no vence. Y puede convencer. ¿La solución ante un conflicto de legitimidades? La que no ofenda. Y puede que no la haya. Lo suyo es que el monumento -y su entorno- muestren de forma clara la dignidad del monarca leonés y su lugar en la historia. Quizá haya que buscar un emplazamiento más amplio. Más visitable. Donde no le falten las oraciones cercanas -pues era creyente- que tiene donde hoy se encuentra. Este que le correspondió de carambola. Alterar la obra en sí, cambiando la corona me parece aberración. Hecha la obra o se cambia el marco, o se cambia la obra en sí por otra, o se dialoga que hay sitio siempre para el diálogo que es donde prospera el bien colectivo.

El «pecado original» y la solución

El pecado original de este homenaje fue su concepción misma. La inauguración misma en privado. La marginación, una vez más, no de la historia de León, sino de la historia de España misma en las que este Rey escribió capítulos indelebles que es por lo que los Reyes son recordados en pueblos orgullosos de su pasado no por ser mejor, sino por ser el suyo. Un derecho que a todo pueblo asiste, incluido el leonés.

El monumento se asienta sobre leones a sus pies realizados en piedra de Boñar.

«Al no conservar ninguna corona regia hispana anterior a esta, se convierte en una pieza excepcional de los emblemas regios hispanos.» Pg 276

«El tipo de vano que se abre en el castillo, arcos y especialmente rosetones, se difunde ya en la época de Alonso VIII, tal como podemos observar
en la estola y el manípulo de San Isidoro de León, bordados por Leonor de
Aquitania.»
Pg. 277

La llamada corona de Sancho IV y los emblemas de poder real. Isidro G. Bango Torviso. Universidad Autónoma de Madrid