Incultura y «la tropelía del sepulcro de Sahagún»

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Cada vez estoy más convencido de que España tiene un serio problema con su historia (quien tiene un problema con su pasado tiene un problema con su presente), que no parece ser en el fondo sino un grave problema de incultura.

Cuanto más avanzo en la historia de Bernard F. Reilly sobre el reinado de Alfonso VI –The Kingdom of Leon-Castilla under King Alfonso VI, 1065-1109, Princeton University Press, 1988-, más perplejo me quedo con todo lo relacionado con el nuevo monumento funerario de 26.000€ que Junta y Ayuntamiento de Sahagún perpetraron contra la memoria de un rey de quien el norteamericano, tras más de 20 años de estudio sobre el terreno, llega a afirmar: «No hay hipérbole alguna en calificarle como el monarca español más importante entre Pelayo y Fernando e Isabel».

Tras la muerte -asesinato- de su hermano Sancho II y su retorno como rey único ya, de los tres reinos creados por su padre Fernando I para dividir entre sus hijos los territorios de su corona, inicia según Reilly, «una serie de influencias que afectarán profundamente el desarrollo de toda la península ibérica durante los siguientes cuatro siglos. «

No hay hipérbole alguna en calificarle como el monarca español más importante entre Pelayo y Fernando e Isabel»

Really, 1988

Insisto. Cuanto más profundizo, más sonrojo me produce todo el asunto. Como decía Valle en Luces de Bohemia (cito de memoria) «Esperpento es la Historia de España reflejada en los espejos cóncavos del Callejón del Gato» y, todo lo relativo al «homenaje» de Sahagún, no es sino «esperpento» sensu stricto… a la española.

El secular complejo de España con su pasado es, pienso, un problema de falta de relación con la realidad y los hechos que Ortega ya reconocía al afirmar «el español es el único europeo que piensa que los hechos son opinables». Si sumamos pereza intelectual y cultural -Torrente tiene más de entretenimiento que de cultura, conviene tenerlo presente- y parece haber sumergido a una parte mayoritaria de la nación en el proceso de adquisición de mercancía propagandística -y averiada- que contra España fabricaron -y fabrican- quienes buscaban -y buscan- beneficiarse del reparto del botín de un patrimonio que, mejor o peor repartido, pertenecía y pertenece -en sus restos- a todos los españoles.

A lo largo de este viaje de descomposición de una de las naciones más antiguas de Europa, la inmensa mayoría de los españoles no parecen haber caído en la cuenta de que este «patrimonio nacional» en reparto, no es una entelequia formal, sino un proyecto común de prosperidad y futuro para 50 millones de personas. ¿A quién beneficia? Pues a las oligarquías locales o transnacionales. ¿Y la gran víctima? La igualdad entre españoles, su prosperidad y, en definitiva, la justicia social para un pueblo que la Constitución del 78 proclama como soberano de su propio destino.

Para votar hace falta una Opinión Pública formada e informada. La descomposición del tejido cultural español fue la condición previa y necesaria para contar hoy con la colaboración de aquellos a quienes se pretende desvalijar. Un pueblo inculto es siempre un pueblo más débil.

La «Tropelía del sepulcro de Sahagún», es sólo un paso más en este proceso secular de reescritura e invención contra nosotros, de un pasado que quedó institucionalizado con ejemplos como la creación de la actual estructura autonómica en la que identidades presentes e históricas como las de León y Castilla pudieran ser borradas a beneficio de inventario de poderosos y aspirantes. No es que sea importante la identidad leonesa, la castellana o la española, es que lo es la «Verdad» en cuanto afán honesto de una sociedad.

Los leoneses, los castellanos, los catalanes o los navarros, los españoles, en definitiva pues de un mismo proceso de destrucción nacional se trata, podemos asistir al espectáculo de nuestro propio espolio, podemos acudir en ayuda de sus autores -cosa notoria para una sociedad-, o podemos opinar, protestar o, incluso, votar, que en eso consiste, o consistía, la democracia. ¿O no?