No-poema a los ancianos: «Queda la pena»!

La pena bajo la levedad de quien tanto amó. Células de amor en una momento de pena por su soledad de memoria que que se apaga.

Queda la pena bajo las sombras imperceptibles de quienes ya no están.

Montones de pena escondidos bajo la alfombra de un barrido perezoso,

hay, incluso, murmullo de pasos que son fru-fru de un viento inexistente.

La pena triste, de la casa vacía donde el Sol, hace años, que ya no se molesta,

la hora perezosa de la siesta, es el momento vital de los

ancianos.

Recuerdan sueños en los que estaban vivos y los cuentan

casi siempre a nadie porque nadie tiene tiempo para

escuchar sus tonterías.

Arrabal de la nada. Esquina volteada donde pareció verse

una sombra,

ternura de las plantas secas, oscuridad en los recobecos de un

lavabo

que ya no se usa.

Despues de que la última molecula de sus cuerpos se haya

transformado

en moléculas de yerba orgánica u otras sustancis del mundo

que es perspectiva de otra vida,

los viejos se reunen bajo las acacicas a la sombra del amor

que dieron.

Poca sombra dan las acacias en el reino de los muertos, si

acaso bamboleo,

oscilación de un viento inexisitente. Dicen que el unieverso

tuvo sonido

el día que nació. Su nana, nana, es nana de viejos que amaron

tanto y quedaron en polvo, como mucho en yerba sin

sentido.

Están por todos lados… nadie los ve. Los viejos, cada día más

solo son eso, pre-muertos.

Nada.

Yo, que no se escribir poesía, que no apenas lo que es un verso, me atrevo, por no morir, a dejar constancia del hilo de palabras que como la segregación de una araña común, sale de mis dedos tan poco virtuosos. Recuerdo claro, Le vieux ne meuren pas, y otro escrito mío, perdido, quizá más acertado. Hoy sólo hago lo que debo, tejer mi tela donde algún alma que duela, quede atrapada.

Irresistible arrollo del hacer de la pre-conciencia. Digo yo. A todos aquellos que han perido a quien les dió la vida o lo van a perder. A todos. Deuda difícil de saldar.