Hiperexcitados

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Arranca el telediario y va realizando conexiones con los distintos jóvenes, muy jóvenes, que han conseguido un trabajo en la caja tonta basado, esencialmente, en su capacidad para cobrar un sueldo ínfimo.

Saltan a los informativos y los programas de máxima audiencia con el gran mérito de ser lo más inexpertos. Todo un rango en estos tiempos. No importa que hayan estudiado -y les haya quedad algo-, no importa que entiendan lo que es la objetividad -cualidad referente al objeto sobre el que se informa-, la relevancia -información que se refiera a lo esencial y no a lo anecdótico y la veracidad -la voluntad de decir verdad aun siendo consciente de que ésta puede resultar elusiva-. No importa nada de eso.

Lo importante es que estén dispuestos a cobrar el mínimo -o, a ser posible menos- y tengan capacidad de transmitir sobreexcitación respecto a cualquier tema del que informen, ya se trate de la aparición durante el confinamiento de un animal salvaje en el corazón del medio urbano, o el resumen de la rueda de prensa del Consejo de Ministros, que habrá sido dada a, su vez, por una Portavoz necesariamente sobreexcitada que hablará atropelladamente y comiéndose el mayor número de letras por minuto posible llevando una blusa fucsia -o de brillante satén-, para que no caigamos los mortales ciudadanos en el derrotismo o la tristeza que nos pudiera provocar el serlo de un país con más de 20.000 muertos, la mayoría de ellos, ancianos fallecidos en una residencia-mathausen. Esos mismos que se partieron la vida en la posguerra para crear un país que despilfarramos desde hace décadas excitadamente. Esos.

Tiene importancia, eso sí, en esto de ser periodista-showman, el volumen -alto-, el tono -chillón- y la gesticulación -de manos, boca, ojos y cejas… o lo que sea-. Si se añade, además, una caminada delante de cámara de ningún a ningún lado con pasos absurdos para no perder el equilibrio mientras no se deja de mirar al expectador a los ojos… pues mejor.

Y ¡Movimiento! Sobre todo movimiento. Alegría. ¡Énfasis! Y ¡Audacia!, sobre todo audacia. No importa saber, no importa la experiencia, el talento, el esfuerzo en una carrera en la persecución de la excelencia… «¡Tu Improvisa!» Se tú mismo, ¡Se fresca! Demuéstranos que no puedes más de entusiasmo y arrásanos, con tu propia epifanía post-adolescente.

«¿Epifanía?» No importa, es una de esas palabras que se usaban en los últimos 500 años. Cosas de periodistas de otro siglo.

Es imprescindible, no olvidarlo, marcar el ritmo de lo que se va diciendo con la mano como si se chopearan unas costillas de cordero “aquí”, “aquí” y… “a-quí.” Este último «aqui» subrayando que se acaba la frase con la palabra. Por ejemplo… “ataúdes”. Golpe de mano.

Que el ritmo jamás, ¡jamás!, coincida con el contenido del que se está informando sino con el rengloneado que impone la chuleta del texto que va pasando mecánicamente delante de tí.

Tambien importante: se trata de LE-ER. Jamás de entregar una información que se haya asimilado, se domine y a la que se incorporen datos recopilados por el propio periodistas más allá de la fuente oficial que ¡jamás! ha de ser contrastata o verificada.

Me explico. Por ejemplo, la información: “ninguno de los 30 ancianos fallecidos en el la residencia fue trasladado a un centro hospitalario”, tiene ser transformada en una narración interpretada enfáticamente, de forma que entretenga, y con gracia y ritmo se convierta en algo así: “ninguno de-los-treita-ancianos, -golpe de melena- fallecidos fue. Trasladado a, un centro, hospitalaario». Gesto de énfasis con la mano o el dedo tipo “a jugaaar», de forma que el espectador se de cuenta de que el párrafo se terminó y ésta es la última palabra del recitativo.

Vivimos en el tiempo de la sobreexcitación capitalista. Padres sobreexcitados sobreexcitando a sus hijos, vendedores sobreexcitados sobrexcitando a compradores que sobreexcitadamente no pueden dejar de pasar compulsivamente la tarjeta de crédito y, finalmente, periodistas que tienen con el recitado de la información -jamas con su contenido-, una especie de orgasmo orgiástico -no valdría de otro tipo- que ya lo quisiera para sí el Marqués de Sade.

Más allá de todo este clímax, la dificultad para pagar la renta o el recibo de la luz, la incapacidad para la intimidad emocional y la soledad frente al futuro más incierto que una generación haya vivido.

¿Puede por favor alguién -de una vez- una desescalada de la hiperexcitación ambiental a ver si nos recuperamos un poco como seres humanos?