Existe el azul cielo y el azul prusiano. El azul cobalto, el cian y el azul marino. El añíl y el índigo. El azul azulete con el que nuestras abuelas “blanqueaban” la ropa y el azul casi negro de la profundidad del mar. Y el de los ojos del ser amado, ya sean alegres y transparentes como los de un bebe, o profundos y turbiamente melancólicos como el de una noche de lluvia.
Está el azul del arte, el que cubre el manto de la Virgen en la anunciación de Fra Angélico, y el azul ultramarino del turbante de la Niña de la Perla de Vermeer. También el azul tormentoso de los cielos de Tiziano y ese otro más tranquilo y sosegado de su Federico Gonzaga, el que fuera el primer Duque de Mantua. El azul de la época azul de Picasso y el azul de las cerámicas de la dinastía Omeya, las de Talavera y las de la dinastía Ming. Y también está el azul de las mezquitas de Persia y el del lapislázuli que tiñe de eternidad los sarcófagos del antiguo Egipto.
Los rusos no tienen una
palabra genérica para el azul.
Azul en las pantallas de nuestros móviles, de nuestras televisiones, de nuestros ordenadores en los que trabajamos o creamos. Un total de 16.777 millones de colores provienen de la combinación de tan sólo tres: El rojo, el verde y el azul.
Los rusos no tienen una palabra genérica para el azul. Los japoneses, los coreanos -y los sioux por ejemplo- no tienen a su disposición palabras que nombren de forma separada el verde y el azul. Ni una sola vez aparece la palabra azul en la Odisea. Y sin embargo el azul, con palabra o sin ella, nos ha envuelto de forma absoluta desde que éramos plasma antropológico.
En los estudios sobre la evolución del color a lo largo de la historia, lo primero que aparece es la distinción entre blanco y negro, que surge de la que el hombre hace entre claro y oscuro. Luego llega el rojo, el color de la sangre. Sólo más tarde aparece el color que incluye el verde y el azul, los cielos y el mar, pero también el de los bosques, el gran color del mundo vegetal. El azul, por sí mismo siempre llega al final. Siempre al final. Cuando llega. Y con él llegan el marrón, el violeta, el rosa, el naranja y el gris. El gris. El gris, pues, no es un matiz del negro, sino romance con el último chico en llegar al barrio.
El azul es el último de los grandes colores en hacerse palabra en todas las culturas. El azul es el color de este particular planeta que habitamos. El color con el que nos vemos desde el espacio.
En inglés azul es “blue” y significa tristeza. Y los “blues” no son otra cosa que el zumo del trabajo de los esclavos negros en el Sur de los Estados Unidos que se hizo ritmo primero y después música. Hay canciones que se llaman “Blue”, grupos musicales que se llaman “Blue” y hasta películas que se llaman “Blue”.
Azul es el color de la bandera de Europa, el de los uniformes de la marina, y el del traje azul marino. Azul es la tonalidad que tienen los sueños tristes y las películas más sombrías.
La lucha entre el azul pastel y el azul índigo fue ya, una lucha entre el Norte y el Sur.
En la edad media el azul como tal entra en guerra cuando el índigo, que empieza a llegar a Europa a través de las rutas de Portugal con la India, abre la competencia con la industria del pigmento europeo que procede de la fermentación de las hojas de la Isatis Tinctoris -hierba pastel- y pone en peligro la economía de una industripa próspera en Francia y Alemania: La lucha entre el azul pastel y el azul índigo fue ya, una lucha entre el Norte y el Sur: Alemania prohibió el índigo y Francia llegó castigar su uso con la pena de muerte.
El azul cobalto de las vidrieras de las catedrales, el brillante de heráldica Flor de Lis, el profundo de los azulejos mozárabes, el iridiscente de las alas de la mariposa morpho, el señorial de los turbantes de los Tuareg, el azul musical de los Blues, el irreal de las plumas del azulejo de las montañas, el asombroso de la máscara de Tutankamón, el azul grisáceo de la tormenta que amenaza, el brillante en los confines de la llama, el turquesa de los mares del Caribe. El azul del planeta Tierra. Y el azul primigenio del corazón del bosque. El azul. Los cientos, miles, millones de azules.
En estos días en que crece en política, periodismo y cultura una tendencia a hacernos ver el mundo de forma bipolar, el azul me recuerda que la vida es simpre compleja y rica en matices y que tiene toda la belleza de la diversidad y del cambio. Y es entonces cuado me gusta pensar en el rojo.