Latencia lo llamaba Ortega; esa sensación de que si caminas unos centímetros más dentro del bosque, lo conocido se disolverá y estarás ya sólo en lo Otro. Lo Otro es el sitio donde el corazón late sin cuerpo suspendido en un viento tan frío que duele con total libertad y ahí, ingrávido, suspendido apenas a unos metros del suelo, como un húmedo rubí, siente, sin la torpedad de la piel, el eco intenso del gélido Norte. Ese centro rojo enfrentado a verdes inconcebibles en este Mediterráneo mío, es acariciado por las nieblas y las brumas de unos azules que llevan más de agua que de cielo. Alemania apenas es superficie, todo allí es abismo, profundidad sonora del sonido mismo del Universo. Todo vibra, en la cosmogonía particular de un país en el descansa el Héroe. Aquí abajo, en la melancolía plácida de un otoño ¿más?, apenas se adivina el letargo que enmascara el rugido apocalíptico del dragón de Damasco y el rugido otro, cargado con la tundra abisal que viaja en el polvo acumulado por los años en las alas de unos cuantos cazas rusos. Africa escupe hacia el Mediterraneo a quienes sueñan Alemania, y amenazan de desgarro -por inundación- las costuras de una Europa que se anega de zombies sin tumba por la franja azul -bello y mortal- del Mare Nostrum. Nuestro Sur es su Norte. El Héroe, recostado en las sombras verdeoscuras de una noche temprana, cree escuchar por un segundo el murmullo lejano de sus otras vidas, sobre los océanos de arenas amarillas, y amigos que también saben de la tribu. Ni en la arena del desierto, ni en los teutones bosques hay fronteras reales, ni países, el límite está donde pastan los rebaños o donde lleve la caza, al cazador. En Estrasburgo, el mismo día -el mismo-, y en el mismo recinto -el mismo-, en el que el Rey de España citaba a Ortega, el gran europeísta, la Canciller Alemana, y el presidente Francés, comprometen a Europa en un proyecto de fuerzas casi telúricas para el Siglo que avanza imparable. Esa misma noche, vuelve a sonar el bramido de los Urales sobre el Turco sabiendo que son sus espaldas -los Urales-, las que contienen el verdadero fragor de una humanidad imparable: Asia. El Héroe, prepara con calma los pinceles y siembra un paisaje de telas ya manchadas. Unos libros, un sillón, el recuerdo del frio que enseña ya los dientes… Lübeck, claro, porque es el tiempo del corazón más profundo de Europa. Ser y tiempo, Sein und Zeit, dijo Heidegger, y Ortega, su amigo, hablaba de «latencia». Latencia es lo que hay en las fotos de Nacho, de Ignacio Burgos, mi amigo, en las que está Alemania más que en la Alemania misma.