Siza en Llinars del Vallès

Prefacio: (No corrijo ahora, el ordenador va a pedales… ha claudicado antes que yo. Luego sí, a quien le duelan los ojos que vuelva más tarde. No hay nada para desayunar, las 8:48 ya. Encuentro un bote de fabada Litoral y me lo meto entre pecho y espalda. Espero sobrevivir. Lastima de pan.)

 

M e duermo. Toda la noche sin pegar ojo… pero no quiero dejar de subir el post del mejor momento de una semana… mala, para que vamos a engañarnos.

Fue el… ¿Jueves? No recuerdo, días y noches en vela y días y noches durmiendo han alterado todo esto del espacio tiempo. Pero creo que todo fue así:

Había pasado la noche en vela aprendiendo un poco más de Worpress -el programa con el que se hace esta revista-cosa- y muchas más y trabajando intentando ayudar a un amigo. Luego se me torció-retorció el día y todo iba cuesta abajo. De repente me acordé de que en Llinars del Vallès, como 40 Km de Barcelona y unos 65 de aquí, El arquitecto portugués Àlvaro Siza, premio Pritzker 1992 y, por lo tanto, miembro de la aristocracia de la arquitectura, había construido un auditorium que en foto parecía espectacular. Como un retorno al Brutalismo, pero en ladrillo. Un edificio sin ventanas donde yo intuía influencias no sólo de Moneo, a quien entrevisté un día para una revista post-movida que se llamaba «El Europeo», sino, incluso, del propio Barragán, esa maravilla que dio Mexico que conjugó el minimalismo estético con el maximalismo de la conexión de la esencia con su pueblo.

Así que, tal cual, con el día cruzado, me cogí a «Rufo», mi nuevo camarada de soledades del alma de a 500€ el coche -Virgencita que me quede como estoy- al que, en mi primera semana de luna de miel, alguien le rompió, con nocturnidad y alevosía, los dos espejos retrovisores, porque de otra forma no pudo ser.

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Así todo Rufo anda, y como anda, arranqué sólo y con mi maravilloso -posible especie a desaparecer Dios no lo quiera- windows phone en el bolsillo del pantalón, y me encaminé siguiendo sus instrucciones gps hacia el lugar desconocido. Poco a poco el paisaje fue cambiando… no es la parte más bonita que uno se pueda encontrar en este rincón discutido y discutible de España que se llama Cataluña y con la que no solo me voy reconciliando de nuevo, gracias a sus gentes amistosas, a veces, sino a una tierra que huele a trabajo, esfuerzo y a haberse ganado las cosas con tesón… y con un buen negociar. Como leonés, soy elefante en una cacharrería que lo va rompiendo todo en una tierra donde hablar directo es una ofensa y la sutilidad de llamar a las cosas por nombres periféricos un arte. Cosas que vienen de antiguo y que uno aprecia aunque no maneje. Hablar directo aquí es casi un pasaje sin paradas al infierno… lo dice un expresidente de comunidad de vecinos. Aunque quizá no, y sean cosas mías tan ignorante siempre.

El caso es que pitiplin, pitiplin, Rufon y mi maravilloso teléfono Microsoft -sí Microsoft hace ahora teléfonos- llegué, despistado yo al lugar sin perdida alguna a pesar de esta dislexia que a menudo me pesa tanto.WP_20160225_16_38_17_Pro

Asombro. Caía la tarde, y sobre el rojizo del ladrillo y unos bloques dibujados con tiralíneas contra un cielo azul y nuboso, se dibujaban sombras como las que se dibujan en un esbozo de lo que un día será el impresionante edificio que tengo enfrente. Uno sabe que un edificio es perfecto o casi perfecto, cuando hagas la foto que hagas sale bien o sale interesante. «Click», click, click. rodeado de una urbanización intima y precisa, al rededor del auditorio no había absolutamente nada ni nadie. Sólo Rufo esperando paciente con su verde tan feo que estoy empezando a considerarlo posmoderno o así.

De pronto oigo un ruido. Un coche que llega en el silencio. Me acerco y me atrevo a preguntar: «¿se puede visitar?». Obviamente no…. Pero la respuesta es «claro». Me topo con alguien que trabaja allí y que, además, siente, oh milagros de la belleza, pasión por esa maravilla que han puesto en su pueblo y que, seguramente algunos aprecian y otros no. Él si lo aprecia… lo aprecia hasta conocer cada rincón que me va enseñando con un cariño especial. Todo. Las salas de ensayo, los camerinos, con sus tubos fluorescentes verticales, los baños… en cuyas duchas han puesto, finalmente, unos cristales a pesar de que el arquitecto las quería abiertas, a los cuerpos de los actores y los bailarines, posiblemente, pero también al agua que lo salpicaba todo «y era un lio».

De pronto, de nuevo, sin pensarlo, sin haber tenido tiempo para darme cuenta de lo que pasaba, me encontré sobre el escenario, amplio, moderado, de suelo de madera oscura como los sueños que llenan los libretos del teatro. Arriba los peines y las luces, enfrene un patio de butacas mínimo y perfecto.: 300 localidades -ni más ni menos, las justas- teñidas del mismo tono que la pared, una especie de verde disminuido hasta hacerlo casi blanco, volviéndolo aterciopelado y sutil. Bellísimo. Una textura casi imposible- Todo es línea , todo ángulo, todo perspectiva y si hay alguna curva, es barroco minimalista en un juego de equilibrios que sólo muestra la maestría del arquitecto y de la empresa constructora ¿pulcritud catalana? Seguramente. Me despido, intercalamos teléfonos y comienzo el viaje de vuelta. El infierno estaba, sólo a la vuelta del reloj.