El Guardián: Capítulo XXII

 

 

Partiendo de Cibeles en dirección a Sol, se remonta la Calle de Alcalá, dando la espalda a la Puerta reconstruida en tiempos de Carlos III según un proyecto de Sabatini, puerta real de entrada a la ciudad desde Aragón y Cataluña, se convierte en el primer arco del triunfo en España desde el Imperio Romano, y precede al Arco del Triunfo de París y a la Puerta de Branderburgo, en Berlin. De sus vanos, colgaron en la guerra del 36 las imágenes de Litvinov, Stalin y Voroshilov, y sobre el nombre del Rey se colocó un el escudo de la Unión Soviética con el lema “Viva la URSS”, ya con Franco, se celebrarían Misas en un altar situado a sus pies. Es el centro del Madrid Borbónico, con el Banco de España a la izquierda pasada la estatua de Cibeles, y el merengoso pastel del Palacio de Comunicaciones, está el impresionante edificio del Banco de España y, a la derecha, el frescor de los jardines que dan la espalda a la sede de la Capitanía General del Ejército de tierra. Los jardines, reposan, tras una verja, cerrados al público y, por tanto, apenas mitigando con su verdor de césped y arbolado, el calor de un Madrid de piedra que actúa como calefacción nocturna en las insoportables noches de calor de un verano que es de Justicia en esta Villa donde Felipe II puso el dedo y la Corte.

 

En la remontada, con una ligera subida, la primera calle que se encuentra a la derecha es Barquillo, cruza fugazmente Almirante acumulando en sus equinas carnes de menta y tabaco en las que se entremezcla el chapero macarrilla madrileño, con el inmigrante interior -malagueño, murciano, algún gallego…-. A la izquierda, subiendo hacia el B&W, crece el número de todo cubanos y brasileños mientras ecuatorianos y colombianos -que son género novedoso- se acercan, curiosamente, más en el mostrador de esta gran carnicería, al producto local. El gusto de los clientes decide y, al dejar el cruce, finalmente, la calle desemboca en Fernando VI el único Rey no enterrado en El Escorial. Casado por poderes, con una nada atractiva portuguesa llamada Barbara de Braganza, el amor surgió, como un flor no efímera, en medio de tanta maleza. Muerta ella, él le siguió en un mes. A la derecha se ve la Iglesa de las Salesas donde está la tumba de ambos aunque nadie sepa, el secreto de esta pequeña-gran historia de amor y, a pesar de que el propio andar lo proclama pues pasada la iglesia y sin que nada más -ni menos suceda- la calle cambia de nombre para pasar a llamarse Bárbara de Braganza. Dos calles, dos reyes, una de las más bellas iglesias de Madrid y una historia de amor.

 

El interior está fresco y el visitante admira las pinturas. El silencio, lo llena todo. A la derecha está la tumba del Rey, con una maravillosa leyenda en recuerdo de su padre el primer Borbón, Felipe V, aquel francés que rechazó el trono de la bella -y próspera- Francia, para quedarse en la árida meseta Castellana. Por lo general, el turista y la mayoría de madrileños hacen una visita, admiran el arte, se paran ante la tumba del Rey… y se van. Pocos conocen el “secreto” que no lo es. A la derecha, por un pequeño pasillo, se llega a una puerta menor, que da paso a la Capilla en la que se encuentra, pegada a la de su esposo, la tumba de la Braganza, aquella mujer rechoncha y tierna. La capilla es de una belleza sutil, con un suelo de maderas nobles, un ovalo perfecto, presidido por el peque altar, algunos bancos unas pareces pintadas en un verde de otro tiempo, un verde de hoja de fresno, sobre una marquetería, apenas pisada, de robles, caobas, cerezos y ébanos. En uno de los bancos, Nacho reza arrodillado.

 

En la capilla del Santísimo no hay luz eléctrica. Está cerrada al público y sólo se abre minutos antes de Misa y se cierra en menos de media hora tras la bendición del párroco, pero la llave de la puerta no está nunca echada. Fue la puerta de cerezo y el olor penetrante de las maderas nobles del suelo lo que había guiado al chapero un día que había llegado temprano a trabajar. Entró y se sentó con los ojos cerrados oliendo las distintas fragancias bajo sus pies. Al mirar, se había quedado asombrado por lo pequeño del lugar pero la espectacular marquetería a la que se añadían enormes portones de armarios -en tiempos fue el coro bajo de las monjas- de encina al que se sumaba la puerta que comunicaba con el antiguo convento. Sentado, aquel primer día, nacho se había sentido en aquel lugar como si estuviera flotando en la mismísima placenta materna. Con los ojos cerrados, rodeado de madera, de la oración había pasado a un extraño estado de meditación. Al principio se le quedó la mente completamente vacía, pero, enseguida su mente empezó a fluir con una percepción afilada de su vida, como si estuviera libre de las emociones y pudiera verse a sí mismo desde fuera. El cura le había soprendido    en  ese estado al abrir la puerta. “¡Un olmo!” y una alegría tremenda le invdió inmediatamente.recordadndo a lviejo jardinero. El cura estaba pasmado y no sabía que decir.

 

  • ¿Qué hace usted aquí? -Le espetó el cura.

  • Rezo, respondió nacho sin girar la cabeza.

  • Aquí no se puede estar.

  • La puerta estaba abierta… – Dijo Nacho, ahora sí, dijo mirando a ese olmo curioso -y sano, pensó- sin apartar los ojos juguetones.

  • Estaba cerrada.

  • Pero la llave no estaba echada.

  • ¿Y usted entra siempre en los sitios cuando la llave no está echada?

  • No.

Los dos hombres se quedaron mirando un segundo en silencio. Hasta que el chico giró de nuevo la cabeza y la bajó volviendo a su estado de oración-meditación. Sintió la presencia del ese olmo sanote allí parado mirándole. Con hojas alternas, simples y cerradas, generalmente asimétricas en la base, el olmo tiene una raiz primara muy fuerte que actúa como anclaje -la fe en este caso, sintió Nacho que ya no pensaba- y sus flores son hermafroditas, sin pétalos. En muchos sitios de Europa, pero sobre todo en los Países Bajos, se utilizan para estabilizar el suelo en zonas próximas a los canales. El olmo es un árbol es un árbol de naturaleza femenina que pertenece al pueblo que suele -o solía- tener uno en la plaza a cuya sombra de matrona se sentaban viejos que echaban una ojeada a los niños jugando confiadamente. Muchos buenos párrocos eran Olmos, por su generosidad, y su preocupación por los feligreses, una forma femenina de ser hacia los demás que, sin ser necesariamente homosexual, había renunciado al sexo reproductivo para cobijar bajo sus faldones a la parroquia de la que se ocupaba… El párroco sintió que el chaval no era peligroso y le dejó estar y, con el tiempo le confesaría y le daría algún sermón sobre lo peligroso de su trabajo. Nacho solía sonreír… Hoy no. Hoy, tras las oraciones, el silencio se hizo de nuevo sobre su cabeza y comenzó a ver como en un Flash-back todo lo sucedido: la muerte del anticuario, la visita a la comisaria, la conversación con el comisario en el Comercial… “no te fíes” pasó por su cabeza y, saliendo por completo de su estado de ánimo la mano en el bolsillo, y palpó el papel; lo sacó, lo desdobló y vio escrito un nombre “Antonia” y entre paréntesis “la Sanguijuela” y, justo debajo, un número de teléfono. “Llámame”.