Crítica: «The Witch»!

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El poster que debería haber sido y no fue.

E l bosque es una de mis obsesiones. Su límite es, como la muralla de Juego de Tronos, el límite que separa la civilización del mito. El mundo racional del mundo mágico. Creo que es un árcano. El bosque es lugar del que surgimos para ser humanos. El bosque es el sitio de las hadas, las brujas, los trasgos. El bosque es donde Norma corta el muérdago sagrado en la noche de luna llena, mientras de su voz surge el profundo e inquietante Casta Diva de una mujer enamorada contra todo lo que es aparte de sí misma. «Yo soy yo y mi circunstancia» decía Ortega en una frase escrita en refrán en el inconsciente colectivo español. Pero no es refrán, es filosofía. Circum Stantia, o como se escriba en latín. La estancia que me rodea o que merodea. El Mundo. En Memorias del Quijote, para hablar de «superficie y profundidad» -«lo superficial nos interesa en cuanto es la forma que tiene lo profundo para hacersenos visible»- Ortega utiliza la metáfora del bosque. El bosque, dice, se percibe desde lejos, de una forma clara y rotunda, se «ve», pero cuando nos dirigimos a él y lo penetramos, como se penetra una idea, «el bosque siempre está un poco más lejos de donde nosotros estamos». Cuando nos aventuramos en su interior, vemos los árboles cercanos, flanqueados de luces y sombras, donde la luz aparece y desaparece… pero el bosque es esa pared que tenemos enfrente.

«lo superficial nos interesa en cuanto es la forma que tiene lo profundo para hacersenos visible»

 

Al movernos hacia ella, ejerciendo nuestra voluntad, el bosque siempre está un poco más allá, y todo parece repetirse y escabullirse. El bosque es obvio desde fuera, desde dentro es una realidad escurridiza a los sentidos… pero no a los presentimientos. Arroja, creo recordar aquí Ortega, esa maravillosa palabra del castellano que es la «latencia». Lo latente. Lo latente es lo que no vemos ni oímos pero está. En el mar sentimos la latencia de la tormenta bajo el cielo limpio y azul, en la enfermedad sentimos la latencia de la muerte, la única verdad única que conoce el hombre y que nunca vivirá. Si no se me entiende… sólo hay que pensar o ir al bosque al oscurecer. Si uno se atreve. Se suman así dos de las latencias más brutales que podemos vivir o imaginar, la del bosque y la de la noche. ¿Qué tiene la noche que todo lo transforma?: Latencia. Lo que se presiente y a veces cobra matices de hiperrealidad. Hasta el punto de que puede hacernos salir corriendo sin que nada, absolutamente nada, haya sucedido. Latencia, es algo que queda en uno cuando ve una gran película. Uno no sale vacío, sino lleno de algo que no podría definir. De hecho, la latencia, la percepción del «alma» de la película que va más allá de la suma de interpretación, fotografía, guión, banda sonora… es lo que hace que una película permanezca y nos acompañe fuera ya del cine.

«La Bruja» es un mal título para una gran película. Un título engañoso. Sin embargo, el subtítulo es preciso como un bisturí: «A New England Folktale», algo así como «Un cuento costumbrista de Nueva Inglaterra» -la palabra folclórico, aun siendo traducción más precisa, tiene connotaciones que no están en el inglés, y tampoco es «leyenda» como se ha traducido. A lo largo de mi vida he hecho muchas cosas, entre ellas, escribir y dirigir un «corto» de media hora titulado «La Bruja», protagonizado por la actriz Carmen Navarro, una mamarrachada, comparada con esta «Bruja»… pero con la latencia también como fondo.

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Es obvio que en la elección del Poster mandó más «marketing» que el director.

No, «La Bruja» no es una película de terror. Es un cuento infantil, y ya se sabe que los cuentos infantiles son terroríficos y suceden, por lo general, en el bosque. O en su linde. La «magia» puede resultar algo inexistente en una ciudad, en un bosque… Creo que el mito del bosque y del linde del bosque con la casa civilizada por cuya chimenea sale el humo, es la gran metáfora del paso dado por la humanidad del reino animal al reino racional. Humano. Ese linde, es ese umbral. Y está escrito, hoy lo sabemos de forma empírica, en nuestra memoria genética. El inconsciente colectivo ha pasado del sillón del psicoanalista a las empresas que rediseñan DNA. Eso sí resulta aterrador.

La modernidad, ha impuesto la desaparición de árcanos, cuyas consecuencias aún desconocemos. La ausencia de Dios -percibido por los jóvenes como algo inconcebible-, la interrupción de cuentos en los que las brujas se comían a los niños –Hansel y Gretel-, y estos eran abandonados por sus padres en el bosque -algo tan natural, que dejaban migas para reconocer el camino de vuelta- Es difícil que cualquier ser humano anterior a 1940 desconozca estas historias, marcadas a fuego en su infancia. Hoy, no podría asegurarlo. Hoy a los niños no se les asusta, ni se les permite que tengan miedo. Pero el miedo es una herramienta imprescindible para sobrevivir. La primordial.

Ya, perdón: «a lo concreto». La película. Escrita y dirigida por Robert Eggers «La Bruja» es una ópera prima. Brillante, contenida, espectacular… latente. Cuando te levantas de la butaca, no es que hayas pasado realmente miedo; peo estás agotado. La tensión no cesa desde el primer fotograma.

Me encantan las coincidencias, y vi la película acompañado de la que sin duda va a ser una nueva amiga, que es de origen holandés. «Maastricht» sale de su boca con toda la latencia y la resonancia que tiene la palabra. Maastricht es Europa, aunque, obviamente, España no era Maastricht hasta hace muy poco. Peo Maastricht si era España. Las palabras, como los humanos, se habitan unas a otras. Pues bien, no deja de ser curioso y «latente», asistir sentado al lado de una holandesa, a una película que es un esplendoroso homenaje a una escuela pictórica que sólo desembarcó, propiamente en España, cuando el Thyssen se instaló al otro lado de El Prado. El óleo llega a Venecia y Florencia desde Flandes, o los Países Bajos. Desde Holanda. Las relaciones de España con Holanda son profundísimas… pero ignoradas por los españoles por completo. Los Españoles ignoramos casi todo lo que tenga que ver con la Historia… entre otras cosas porque esta fue escrita por ingleses y… holandeses. Música y Fotografía son el gran logro de la película, el que enamora, el que es propio: la luz de las velas, la luz blanquecina y tristona que incita al trabajo para sobrevivir. La libertad religiosa que precedió a las otras libertades en un lugar abierto y cerrado de forma simultánea. Poco conozco de Holanda… peor ahhh, su pintura.

La banda sonora es excepcional. Y, aunque sea un cuento, no es un Disney. Más bien al contrario.

¿Rotten Tomatoes?: 9/5 – Crítica/Público.

NOTA: Que espesita me ha quedado la crítica, por Dios.

Tip: La liebre de Durero…un guiño a la pintura.

La joven liebre de Durero