(De nuevo sin corregir. Vómito puro. Llego, como siempre en lo vital, tarde.)
Están las extensiones siderales,
los confines de este
o cualquier otro universo,
los fotones afectados
por la mirada, modificando
su devenir al ¿sentirse?
observados.
Esas minúsculas cosas
más allá de lo mayúsculo,
donde aparece la latencia
de ti en tus abismos cuánticos.
Está tu piel deshilachada,
cortada una vez y otra vez más
por el deseo…
hasta ser tan fino el corte,
que ya no se diría piel,
sino hueco.
Pero no, ¡no!, ahí estás tu
aún,
en otra dimensión incognoscible,
latiendo en límite sonoro
-la gravedad hace el milagro de lo físico-
del espacio tiempo.
En las magnitudes de esas cosmogonías
donde nuestra galaxia no es
sino un punto inapreciable.
Y en las otras magnitudes
las de lo mínimo
-de nuevo-,
que no es distinto,
en lo cuántico,
donde una partícula de ti
y la misma partícula de ti
coexisten sin frivolidad alguna.
Está el ojo de Dios
habitando, estando,
no en la perspectiva
suya, que es Dios
y pues lo es
las habita todas.
La vida ese ese vector
disparado hacia el momento
de la recapitulación.
Ese segundo.
La vide es, púes,
dimensión,
dirección,
y sentido.
La vida puede ser tan
inmensa o tan estrecha.
Su inicio dinámico,
es el paso del contacto
con la vida toda
en el interior de la piel
susurrada de la madre…
al contacto primero con
lo muerto, el aire inerte,
el puro oxigeno del que tomas
tu primera bocanada.
Para empezar a quemarte
ya sin tiempo, en un tiempo
limitado.
Me asombra tu físico
de física en el estado
suspendido. Tú
ser en el tiempo
tu Dasein,
tu estar, tu vida raciovital,
quemándose en el
oxigeno de Dios
hacia lo eterno.