Robado de Instagram: Jessica Harrison «Alice»!

"Alice" by Jessica Harrison. Publicada en Instagram.

Happy Halloween… ???? ‘Alice’, 2014, found ceramic, epoxy resin, enamel paint. #halloween #jessicaharrison #ceramics #alice #broken

Una foto publicada por Jessica Harrison (@jessicaharrison.co.uk) el

The little obsesion. Noche de Hallowing ¿? me meto en la cama a las 9 y tropiezo agotado a eso de las tres con un mosquito persistente… 1 de Noviembre, a la espalda, casi, el día de los muertos, de frente, al otro lado de la noche, el día de Todos los Santos. Mi sangre y otras sangres arropadas en el recuerdo o en el olviedo (perdón, olvido). Pero presentes. En cada giro del cuerpo, en cada sombra, en cada grifo con agua corriente o carretera con que acaba con una tarde medio rota. Un día más no estás. En las entrañas las Forma Sagrada se va disolviendo, y el fragor de Dios se va haciendo eco con una promesa que necesito cumplir. Recuerdo el sabor ázimo atravesando el cuerpo, los tres golpes sobre el féretro llamando con intensidad pidiendo audiencia para el ser querido. Lagrimas de ojos agotados, oyen de repente el rumor del descanso. Lejano aún, pero ya casi tierno. Jessica Harrison es esa pequeña obsesión de quien pone el dedo necesario en la herida aun abierta, del corazón o la razón; eso es negocio suyo.
Lo cierto es que no tenemos rostro, lo contaba sólo hace unas horas en la terraza del Savoy, pero me entienden bien: son demasiados años de espejo, demasiados siglos, milenios, del ser humano que, despegado de si mismo, se ha vuelto ser social, separado del mundo, arrojado del paraíso. Creado. Digo «interntet está lleno de selfies de pies»… me miran raro, plero saben que es cierto. El rostro no nos pertenece, -vale, como la nuca- es la parte del cuerpo que es sólo de los otros. Es la creación del Mal, la disminución sutil de la presencia del Creador: el nacimiento del espejo. El hombre alumbro su cuerpo al mundo sin rostro, sus ojos, levantado, contemplan el mundo, acostado, contemplan su cuerpo y su límite… sus piens, que le ierguen y le separan de la selva y de sus primos arborescentes. El horizonte no es el suelo al andar, sino la linea recta de la curva del Mundo. La única parte de nuestro cuerpo que no nos pertenece, es el rostro, podemos tocarlo… peo no verlo, y la vista es el órgano por excelencia de la posesión. Salvo en el sexo, que es el la piel, el tacto frente a la vista es el sentido natural del ayuntamiento carnal. La oscurida potencia la piel compañera, la piel complementaria, la piel desplegada, extendida. Por eso al besar cerramos los ojos, y cuando nos besan, en la nuca fresca, o en la barbilla ansiosa, cerramos los ojos, apagamos el mundo, para sentir el aliento estremeciendo con su choque la piel enamorada.
… y me encuentro, desvelado por un mosquito impertinente, con una obra nueva de Jésica Harrison, ¿Recordais el hueco rojo de su corazon arrancado? La melodía suave de la porcelana perfecta… Y ahora, el rojo del hueso desnudo, desprovisto del rostro, arrancado, para ser auto-visto en un acto de encuentro profundo con la mismedad. ¿Puede uno verdaderamente conocerse si no conoce su rostro? Cierto, están los espejos, pero antes, mucho antes, estan, estubieron los otros, los dueños de esa parte de nosotros mismos que no nos pertenece. Yo no me veo el rostro, es decir, no me veo y punto. Sin verme, o viendome sólamente el cuerpo, el pecho, la cadera, la insinuación del sexo, las piernas alargadas y, finalmente mis piés, mi propio límite, donde yo acabo para mí. Pero para el otro está mi rostro. El rostro no nos peretenece, es de los otros, en el encuentro metafísico del animal con la persona. Mi cuerpo visible? bah, intentan recuperarlo en los gimnasios, hacerlo autopresente, para existir más allá del otro, es decir, volvernos inhumanos. De nuevo. Perder el rostro y volver al cuerpo. Fundirnos, de nuevo, en el mundo y en la nada. El acto blasfemo de la disipación. El insulto último al ser creado. El hombre, sin otro hombre -que es una mujer- no existe. «Y Dios los creó, hombre y mujer los creó». Luego, está lo de la costilla, que es cosa incomprensible, más del Demonio, que no tiene sexo, que de Dios, que es hombre y mujer «a su imagen y semejanza lo creó». Al hombre metafísico, el que puede ser mujer u hombre. Al hombre metafísico, a la Idea de hombre, a la creación a Su imágen y semejanza, cuando lo pones en el mundo se divide en dos: hombre y mujer. El ser humano, puede ser reducido en la cocina de la civilización enciclopédica, hasta una destilación última que es dual y no reductible: hombre y mujer. Un hombre y un hombre no es el ser humano, una mujer y una mujer no es el ser humano. Un hombre y una mujer. A él le pertenece el rostro de ella que no es suyo, y a ella el rostro de él que tampoco es suyo. Luego está el espejo, que es ya digo el Demonio, el hombre vuelto hacia sí mismo, desaciendo la Creación en un acto blasfemo. Me dice una amiga: pero está el agua, el reflejo en el agua. Si, le dije, dudando. Ahora se que «no», el animal que bebe en el agua cristalina, no se ve, como no se ve el niño en el espejo, el niño se ve primero en el otro, en los ojos de la madre que le miran mientras le bebe la vida, en la sonrisa del padre que le eleva produciendole esa emoción primigenia que llamamos euforia -alegría de ser elevado en traducción somera-. El niño se va reconociendo en las expresiones de los otros hasta que un dia, sí, al cruzar el espejo, o asomarse a la superficie límpida del lago, es capaz de ver su propio rostro como ve el de los otros en los que su ser se fue dibujando antes de tener figura. Aparece la consciencia, y somos arrojados del paraiso, y «el otro», los ojos amorosos de la madre, o el dedo que riñe, ya no es un instinto habitando el todo, perteneciendo al mundo, sino que volvemos a ser «alumbrados» al mundo y nacemos a la consciencia y, con el tiempo, por la época de la comunión, a la conciencia o al uso de razón. Un tercer parto, que nos permite recibir a Dios. El bien y el mal, ese todo de luz y su ausencia -la oscuridad-, de calor y su ausencia -el frío-, del Bien y su ausencia -el Mal-. Tenía 7 años cuando, creo recordar, cuando me di cuenta por primera vez, que nada produce oscuridad, el Sol produce luz, y la oscuridad es aquel lugar donde la luz del Sol no llega, que el Sol produce calor, y el frío gélido, es el lugar donde el calor del Sol no llega. Antes del Sol estaba la nada. El vacío es la ausencia de materia, no tiene existencia propia independiente. La nada es la ausencia de la Creación, por eso ni griegos ni romanos conocieron la nada, el «cero», hasta que llegó el Dios de Isrrael, hasta entonces las cosas no tenían principio ni fin. La unión de la idea del Dios creador con la idea de la Razon -la filosofía-, dió paso a un nuevo estadio del hombre, el año «cero». Y en griego se escribió el nombre de Yavé, que se había encarnado en una nueva Alianza, donde el pueblo elegido, no era Isrrael, sino el Nuevo Isrrael, el hombre católico, universal, el Dios Padre, que hace de toda la humanidad la hermandad únca. El pueblo único. No, ya, los siervos de Dios, sino sus hijos. Y el hombre pasa de su reflejo a su reflexión, vuelve a entrar en sí mismo, abandona el rostro y los otros, y encuentra la soledad que sólo es compartida por Dios. Si existe. La soledad existencial es cosa de cada uno. Fe, es creer en lo que no se ha visto: el instante, la fracción millonésima del segundo que precedió al Big Bang. Eso, que el científico no ha podido jamás imaginar, y a lo que llama no-Dios, en un acto de fe que se niega a si mismo. El científico siempre se para, un instante antes de aquello que no puede imaginar para negarlo. Por eso la falta de Dios no es sino un acto más de ignorancia. Pasen milenios, y buena suerte al negacionista, el religioso integrista, de un empirismo que ya sabemos imposible.

Curiosamente «Alice» no deja de ser la misma reflexión que Flume hace de forma consciente o inconsciente en su último video (aquí)