El Guardian del Jardín: Cap. XIII

Por la mañana el orden de los acontecimientos fue más o menos este:

Primero salió el sol y un rayo ínfimo se reflejó en el cabecero de la cama. Nacho se giró sin despertarse aún y asió la almohada con desasosiego. Pocos segundos después sonó el teléfono móvil. Nacho se despertó, dudó durante un segundo, y dejó que saltara el contestador. Luego oyó el pitido de un mensaje que llega. El teléfono volvió a sonar “el contestador” pensó Nacho y permaneció con los ojos cerrados, negándose a despertar; negándose a recordar. El móvil volvió a sonar, esta vez no podía ser el contestador, o si lo era, ya habían sido dos las llamadas que no había atendido. Nacho abrió los ojos, lo cogió y miró la pantalla en la que aparecía un número que no conocía. Finalmente pulsó el botón verde y se resignó a empezar el día.

– ¿Sí? – Dijo sin esforzarse en sonar despierto.

– ¿Nacho Grijales? – Preguntó una voz femenina al otro lado del teléfono.

– Si… ¿Quién es?

– Un momento, por favor. – pidió la voz la voz mientras iba claramente en la cabeza de Nacho en busca del comisario de policía. De pronto todo volvía, todo estaba dolorosamente nítido, la sensación de sueño se había esfumado y los acontecimientos de la noche pasada brillaban con luz propia en su memoria.

– ¿Nacho Grijales? – Preguntó esta vez la voz de un hombre.

– Si, soy yo. ¿Qué quieren ahora?

– ¿Perdón? – La voz sonaba sorprendida.

– Ya lo expliqué todo ayer a los agentes. Paso a paso, detalle a detalle. Me llevó más de dos horas. ¿Qué quieren ahora? – Concluyó irritado.

La voz al otro lado del teléfono permaneció en silencio durante un periodo enorme de tiempo al cabo del cual por fin volvió a hablar con un tono en el que se adivinaba una cierta inseguridad.

– Le llamo del Real Jardín Botánico. – Nacho se quedó atónito.

– ¿Cómo? – Preguntó finalmente con el corazón saltándole en el pecho.

– Ayer presentó usted un currículum si no me equivoco y…

– Sí, si –contestó Nacho nervioso- fui yo.

– Quizá le llamo en un mal momento. –Dudó esta vez la voz del teléfono.

– No, no, en absoluto. Perdón, es que acabo de despertarme. – Nacho miró el reloj y vio que marca las 12 y cuarto del medio día. – “Mierda” pensó convencido de que acababa de dar otro paso en falso y que no quedaba muy bien despertarse un martes entre semana pasadas las doce.

– El olmo del Caucaso. – Ahora el confundido era Nacho.

– ¿Perdón?

– El olmo que dijo que estaba enfermo –continuó esta vez la voz con decisión-. Nuestros técnicos han estado trabajando en la zona de las raíces y efectivamente el árbol estaba en peligro. – Nacho recuperó de pronto toda su forma. El olmo… estaban intentando salvarlo.

– ¿Descubrieron el anquilosamiento basáltico? –Preguntó con una voz, de pronto, llena de autoridad.

– ¿Han hecho algo respecto al mantillo?

– Los técnicos coinciden en que enriquecer con carbón es una buena solución. –Nacho sintió un alivio enorme.

– Bien, bien –dijo suavemente-. Eso ayudará.

– Mire, le voy a hablar francamente. No estamos acostumbrados… quiero decir que en el Jardín no contratamos –la voz se interrumpió un segundo antes de seguir- El director… bueno, no es usual que alguien entre a decirnos…. – Nacho intentó interrmpir con humildad.

– No era mi intención…

– Al director le gustaría verle esta tarde en su despacho si es posible. – Interrumpió a su vez la voz.

Y en ese momento sonó atronador el teléfono fijo en las tres habitaciones del pequeño apartamento de Nacho.

– ¿Esta tarde? – Preguntó mientras cogía el teléfono que no dejaba de sonar.

– Si esta tarde… ¿o si prefiere mañana a primera hora? – Oyó Nacho por una de sus orejas.

– ¿Nacho Grijales?… soy el comisario Galán de la Comisaría Centro- Oyó Nacho por la otra.

Nacho no daba crédito. Cómo una aceituna apisonada entre los dos teléfonos, su cerebro dejó de funcionar.

– ¿Oiga? – Sonó a la izquierda.

– ¿Sr. Grijales? – Sonó a la derecha.

Nacho miraba en sus manos los dos teléfonos llenos de botones y de posibilidades de conexión y desconexión. No podía colgar a la policía, y no podía colgar a la posibilidad que parecía abrírsele por sutil que fuera para volver a tener una entrevista con el director del Jardín Botánico.

– ¿Me oye? ¿Sigue ahí? – Sonó por el móvil.

– ¡Oiga! – Sonó por el fijo.

– Un segundo, por favor, tengo otra llamada. Acertó por fin a decir a su primer interlocutor.

– ¿Podría llamarme en unos minutos? – Preguntó volviéndose inmediatamente al  teléfono fijo.

– Necesitamos tomarle declaración esta tarde. – Explicó el comisario.

– Tengo otra llamada. – Se justificó con apremio Nacho, mirando de reojo el móvil.

– ¿Podría pasarse a las 6? – Nacho no daba crédito.

– Perdón, tengo una llamada importante.

– ¿Algún problema? – Preguntó la voz del tal Gómez de pronto con un matiz de sospecha.

Nacho se paralizó. Se dio cuenta de que estaba metido en algo serio y que su vida se podía complicar como no manejara bien la situación. Pensó en la hoja de cedro que estaba en algún rincón del bolsillo de su pantalón y se preguntó si no debería habérsela entregado a la policía. Hacía algunas horas, en la casa del anticuario le había parecido absurdo mencionar el tema en su declaración, pero ahora, de pronto, se daba cuenta de que quizá no había sido una idea tan buena. Más le valía establecer –y rápido- prioridades.

– Un segundo por favor. – Dijo al comisario reaccionando por fin y volviendo a dirigirse a su primer interlocutor por el móvil, habló con tranquilidad.

– Lo siento, tengo otra llamada importante por el otro teléfono. Mañana por la mañana sería perfecto. ¿A las nueve?

– Diez y media sería mejor. – Contestó la voz por el movil.

– Perfecto. ¿Tengo que llevar algo?

– Nada, de momento es una entrevista informal.

– Pues les veo mañana. – Se despidió Nacho para, segundos después, apretar con alivio el botón rojo de desconexión del teléfono.

– Perdón, estaba con una llamada importante. – Dijo Nacho volviendo al comisario.

– ¿Problemas? – Volvió a escuchar Nacho y no dejó de apreciar el tono de crispación de la voz.

– No. Era un asunto de trabajo.

– ¿Me está diciendo usted que me deja esperando en el teléfono para ponerse a negociar con un cliente? – Estalló el tal Gómez.

Nacho sintió como la sangre se le subía a la cabeza. Aquello era, evidentemente una salida de tono, hasta el momento no había hecho otra cosa que colaborar con la policía. Estuvo a punto de dejarse llevar por su temperamento, pero, en el último segundo consiguió controlarse.

– Se trata de otro tipo de trabajo. – Dijo con tranquilidad.

– ¿Qué quiere decir con otro tipo de trabajo? Ayer declaró usted que estaba en sin empleo. – El comisario había alcanzado un nivel de irritación totalmente desproporcionado. Nacho no era capaz de entender, “¿es por ser maricón?”, pensó, por un segundo. Pero en todas sus experiencias con la policía en Madrid, por lo general, la homofobia era algo con lo que muy raramente se había encontrado.

– Justo ayer por la mañana – dijo con calma – hice una entrevista de trabajo.

– ¿Dónde?, ¿Cuál es su profesión?

– En el Jardín Botánico. Soy jardinero.

– ¿Jardinero?, ¿es usted jardinero? –y antes de que Nacho pudiera contestar concluyó más relajado- Jardinero y Chapero ¡esta si que es buena! Tendremos que comprobar lo que me dice.

Nacho se quedó paralizado. Dudó unos segundos y, haciendo acopio de toda su capacidad de seducción y de humildad intentó solucionar la situación. Lo último que necesitaba era ser anunciado en el jardín con una protocolaria visita policial.

– Señor comisario. – No sonaba bien, se detuvo un segundo y volvió a probar con más éxito-  Señor Gómez…

– Dígame.

– Este trabajo es importante para mí. Si fuera posible…

– Y que quiere que yo le haga. Usted se fue a la cama ayer con un señor que ahora está muerto. Como comprenderá…

– Estoy dispuesto a colaborar en todo lo que me pidan. Lo único que le pido es que no aparezcan por el Jardín, al menos de momento, es mi primera entrevista de trabajo y es algo muy importante para mí.

– Tenemos que comprobar las cosas, ese es nuestro trabajo. – La voz de comisario empezaba a mostrar que Nacho estaba consiguiendo su objetivo.

– Por favor… nadie me va a contratar si el día de mi primera entrevista aparece la policía preguntando por mí. Por favor… al menos no mande ningún agente hasta que haya tenido la entrevista.

– ¿Puede usted pasarse por la comisaría a las seis? – Dudó el comisario.

– Puedo pasarme a la hora que usted me diga.

– Le veo a las seis jóven. – Y antes de despedirse hizo una última pregunta a Nacho- ¿Sabía usted quien era el muerto?.

Nacho sintió como si los pies le resbalaran en un barrizal a la orilla de un río bravo y cada vez le fuera más difícil evitar el lento deslizamiento hacia la corriente.

– No. ¿Por qué? – Contesto con una voz llena de angustia.

– ¡Le veo a las seis! Fue lo último que oyó antes de que un golpe seco diera paso al monótono sonido que anunciaba que la línea estaba libre.

Nacho apoyó la mano que todavía tenía el auricular en la rodilla y se quedó mirando de abstraído aquellos agujeritos en círculo por los que acababan de salir tantos acontecimientos que amenazaban con complicarle aún más la existencia. Luego, pasados unos segundos, lo colgó y lentamente se levantó para dirigirse a la mesa. En el camino recogió del suelo los vaqueros que llevaba el día anterior y los depositó delante de sí como si estuviera dispuesto a tomárselos por desayuno.