El Guardián: Cap. XIV

Las seis de la tarde era una hora extraña en la comisaría de centro.

Normalmente, la mañana estaba llena una actividad burocrática que giraba en torno a la expedición y renovación de pasaportes y carnés de identidad mientras que la tarde noche, era protagonizada por dos colas heterogéneas que compartían el espacio con una cordialidad sorprendente. La primera cola la componían una mezcla de turistas, vecinos del barrio y algún que otro comerciante, que venían a denunciar robos –generalmente de pequeña cuantía- y que se entretenían en la espera intercambiando información sobre las circunstancias en las que cada uno de ellos había sido víctima de la delincuencia. La otra cola era de prostitutas procedentes de la Calle Montera y alrededores que no venían sino habían sido traídas y no denunciaban sino que eran denunciadas. Las putas conocían la Comisaría como una segunda casa y casi siempre tenían palabras de cosuelo y algún que otro consejo práctico para los que habían sido asaltados. A veces, incluso asumían el papel de investigadoras y, dado su profundo conocimiento del barrio y, a menudo eran capaces de establecer, tras algunas preguntas, la identidad de los protagonistas del delito que les estaban comentando. Casi siempre se indignaban y sugerían medidas drásticas que tenían que ser tomadas no por las fuerzas de orden público, sino por los propios ciudadanos que estaban indefensos ante lo que ellas llamaban “la escoria que trae mala fama al barrio”. Fue una de estas expertas en delincuencia la que se volvió hacia Nacho y preguntó interesada:

– Y a ti hijo, ¿Qué te han robado?

A Nacho le pilló desprevenido la pregunta y por un momento no supo que contestar. Ese segundo de vacilación fue suficiente para que aquella puta que había dado mil paseos arriba y abajo por la calle Valverde, por la calle Cruz, por la calle Barquillo y por los límites de la calle Pez, lo supiera todo. Que Nacho no pertenecía a la cola que ella había pensado que pertenecía, que era alguien de su misma profesión y que, si estaba allí, era por algo más serio que una denuncia rutinaria de la policía para cumplir con los vecinos.

– ¿En qué estás metido chaval?

Nacho permaneció en silencio. Putas y chaperos no casaban bien. Se peleaban por los mismos clientes –o al menos eso pensaban las putas- y, por lo tanto, éstas culpaban a aquellos de la crisis permanente en la se encontraba el negocio. Cualquier chapero, sin embargo, sabía que a pesar de las apariencias, el número de clientes heterosexuales era infinitamente más alto que el de homosexuales, pero también lo era la oferta y esa era la razón por la que, por lo general, el chapero tuviera unas condiciones de vida superiores a las de las prostitutas. La clandestinidad no legal, sino social, había, durante años, sentado las bases para unos precios en los que, a iguales servicios, el chapero siempre cobraba más.

La puta se quedó mirando a Nacho con una expresión severa en la cara.

– Si hay una cosa que me jode de los maricones es la manía que tenéis de joderos la vida. – Nacho se giró, por primera vez con interés-. – ¿Qué miras? ¿Tienes algo contra las putas?

– No -dijo nacho abriendo por fin la boca-, pero no tengo ganas de hablar.

– Claro que no tienes ganas de hablar. Nunca tenéis ganas de hablar… sois muy finos vosotros los maricones. Mi propio hijo me trataba como si fuese una mierda para que no viera que era una niña empacada en todos esos músculos de gimnasio. ¡Y a mí que más me daba, niña que niño! Mira –dijo dándose desde abajo un golpe seco en las enormes tetas que se movieron como dos flanes caseros- ¿tu crees que a estas les importó alguna vez si la boca que mamaba mamaría luego polla o coño?

Nacho permaneció en silencio conmocionado por la actitud de la puta.

–  ¿Sabes donde está ahora? –la mirada de la puta se volvió fría como el quebradizo cristal de un gigantesco acuario, un cristal que podía romperse y derramar cientos de litros de agua salada cargados con miles, con millones de imperceptibles gotas en cada uno de ellos. Una de esas gotas amenazó con romper aquella mirada vidriosa y desparramar su agua infinita, un agua acumulada tras una presa en pleno invierno… – Yo se ver un problema cuando lo veo chaval, el de mi hijo lo vi tarde porque nadie conocía al puto bicho entonces, cómo iba a verlo yo.

– Lo siento. –Balbució Nacho.

– ¿Lo sientes? Mi coño lo sientes. ¿Lo sientes? Pues habla, deja la pose de mariquita-yo-estoy-por-encima-del-bien-y-del-mal y habla. ¿Qué coños haces aquí?

Nacho miró a su alrededor y pensó en el cuerpo todavía caliente del anticuario. Y eso fue suficiente. La puta abrió el bolso, sacó una servilleta y apuntó un número de teléfono.

– Toma. Llámame por la mañana, me parece que tienes en las manos algo que te viene un poco grande para ti solo por muy marica-macho que seas. – Miró de reojo hacia la puerta del despacho donde se tomaban declaraciones y bajó la voz para hablar por primera vez con una cierta dulzura- Son muchos años de calle hijo… tu necesitas desahogarte con alguien… mira, si quieres de profesional a profesional, ya me entiendes… ¿para eso estamos no? Para que se desahoguen con esto y con esto –dijo señalándose alternativamente el sexo y la boca-  tú y yo sabemos que necesitan más hablar que follar. –El tono dulce se cambió de pronto por otro seco de madre que reprime- Pienses lo que pienses no te desahogues ahí dentro. El Gómez es una buena persona, pero hay más hijos de puta ahí dentro de lo que piensas.

– ¡A ver! –Gritó a todo pulmón, dando por zanjada la conversación- ¿pero es que vamos a estar aquí toda la puta noche porque el cabrón del alcalde necesite los votos de las señoras de nuestros señores clientes?

Se abrió la puerta del despacho y apareció un guardia con un bigotillo fino perfectamente –extremadamente- arreglado.

– ¿Qué coños pasa sanguijuela?

– Eso digo yo, ¿Qué coños pasa? ¿Quién me paga a mí la renta del piso si me paso aquí toda la noche? ¿Me la paga tu alcalde?

– A ver si acabas pasando de verdad la noche en la comisaría. –Amenazó el policía-

– ¿Qué quieres, niño, que la sanguijuela te la chupe un poco?

Las putas estallaron en una carcajada colectiva que se prolongó hasta que apareció detrás del policía otro que se dirigió a Nacho.

– ¿Nacho Grijales?

– Si

– Pasa.

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